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Artículo en La Nueva España con la participación de Esther Blanco y Andrés Calvo

Publicado el 18/02/2018
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Por Esther Blanco , última actualización el 09/11/2018
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El viernes 16 de Febrero, Esther Blanco y Andrés Calvo, directores de la Clínica Persum, son entrevistado en el especial Salud de La Nueva España, edición impresa: «Vida estresada, vida insana».

Vivir se ha vuelto muy complejo,y  además se impone vivir muy deprisa.Nos levantamos agobiados por la agenda que nos espera, empezamos de inmediato a despachar asuntos mediante el whatsapp, nos faltan un par de ingredientes para ese desayuno tan saludable, un hijo necesita un permiso por escrito para una excursión, los atascos de siempre camino del trabajo, el jefe explica los nuevos y ambiciosos objetivos de la empresa, comer a toda prisa, llamada del cole porque el niño se ha peleado con un compañero, un cliente se pone pesado, al cónyuge le ha surgido una reunión inesperada y se retrasa, la cuidadora de los niños tiene gripe y hay que avisar al abuelo para que los lleve a judo y a piano, llegamos tarde a la sesión de gimnasio, una llamada
del trabajo (“perdona, pero mañana tienes que ir de viaje para una reunión que acaban de convocar”), los niños ya están en pijama, cena a toda prisa, media hora de tele con la mente en blanco y la “tablet” en la mano para tuitear un poco, cosecha diaria de “likes”… y a la cama a toda velocidad (con una pastilla para dormir, claro).

El párrafo anterior esta caricaturizado,pero no mucho, cada vez menos. Quien no anda estresado, o al menos no “presume” de ello, no es nadie. Si este reportaje fuera una novela, podríamos titularlo “El asesino moderno”. El estrés es un factor omnipresente en la vida actual. El estrés nos acosa, altera nuestro estado de ánimo, mina nuestra salud. El sistema inmune, el aparato cardiovascular, los procesos digestivos… gran parte de nuestro organismo se ve afectado. Llegan las cefaleas y las migrañas. El estrés continuado incluso acelera el envejecimiento y puede empeorar enfermedades graves como el cáncer o la
diabetes. Sí, el estrés nos mata. Hemos dejado atrás la “sociedad disciplinaria”, en la que uno hacía esencialmente lo que le encomendaban, y hemos aterrizado en la “sociedad del rendimiento” de la que habla el filósofo surcoreano Byung-Chul Han en su celebrado libro “La sociedad del cansancio” (Herder, Barcelona, 2012). En esta nueva atmósfera vital, “el sujeto de rendimiento
está libre de un dominio externo que lo obligue a trabajar o incluso lo explote”; sin embargo, “la supresión de un dominio externo no conduce hacia la libertad”, sino que uno mismo se abandona “a la libre obligación de maximizar el rendimiento”.
Y sucede que “el exceso de trabajo y rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación”, una fórmula “mucho más eficaz que la explotación por otros, pues va acompañada de un sentimiento de libertad”.
En consecuencia, “el explotador es al mismo tiempo el explotado”, concluye Han.
Todo lo dicho hasta ahora lleva de la mano a un dilema crucial: o aprendemos a gestionar el estrés o el estrés nos amargará la vida hasta llevarnos a la tumba. Sociedad del rendimiento. Vivir es rendir, ofrecer rentabilidad, estar guapo, sonreír como sea, dar buena imagen… Y todo eso sumado causa estrés en numerosas personas.
“Existen innumerables estresores cotidianos”, explica la psicóloga Matilde Bousoño. Están los de tipo laboral: toma de decisiones, suspender un examen, problemas de dinero, ruido…; los relacionales: conflictos con la familia o los amigos, dificultades de comunicación, problemas con la vecindad…; los estresores de salud: una enfermedad crónica, dolor de cabeza…; y otros de origen variado: atascos de tráfico, dificultades para tener un hijo, mal tiempo…
El estrés no es perjudicial en sí mismo. Consiste en un mecanismo fisiológico ante situaciones que  la persona considera
problemáticas, inquietantes,amenazantes, y que requieren la movilización de recursos físicos o mentales para hacerle frente. Niveles puntuales de estrés en la vida diaria no se consideran nocivos, pero una situación estresante mantenida en el tiempo puede deteriorar la salud. Serafín Lemos, catedrático de Psicopatología de la Universidad de Oviedo, puntualiza que la respuesta es muy variada en función del temperamento y las capacidades de cada individuo: “Hay personas que frente a una situación de estrés se derrumban y deprimen fácilmente; y otras que se activan y sacan fuerzas de flaqueza para hacerles frente”.
Matilde Bousoño abunda en las posibles consecuencias positivas de los episodios estresantes. “En ocasiones, representan una oportunidad para poner en marcha nuevos recursos personales y desarrollar estrategias de resiliencia”, indica la psicóloga asturiana.
¿Qué sucede en nuestro cerebro cuando nos enfrentamos a una situación de esta naturaleza? El estrés activa el eje hipotálamo-hipófiso-adrenal, lo que libera cortisol, adrenalina y citoquinas proinflamatorias, que pueden causar diversos síntomas físicos y/o emocionales, y muchas veces también derivar en trastornos.
Según Pilar Saiz, catedrática de Psiquiatría de la Universidad de Oviedo, el estrés afecta al equilibrio de los neurotransmisores cerebrales, y esta reacción puede dar lugar a diversos trastornos mentales: depresión, ansiedad, brotes psicóticos…

También es capaz de agravar otros trastornos previamente existentes. “Además, la liberación de cantidades importantes
de hormonas del estrés puede producir una afectación del sistema cardiovascular y del sistema inmune”, indica la doctora Saiz.
De otro lado, está perfectamente definida la influencia del estrés sobre la precipitación o el desarrollo de diversas patologías cerebrales, señala Sergio Calleja, jefe del servicio de Neurología del Hospital Universitario Central de Asturias (HUCA).
“El vínculo entre las afecciones vasculares y el estrés ha sido reconocido desde hace mucho tiempo”, agrega el doctor Calleja. En esta relación causal se sitúa la enfermedad cerebrovascular (también llamada ictus):
“Los factores implicados en esta relación son diversos; entre ellos se reconoce el incremento de la tensión arterial, la disfunción del endotelio vascular o las alteraciones del ritmo cardiaco, factores que incrementan el riesgo de ictus”.
La influencia del estrés “es indudable” también en la aparición de cefaleas. “Una gran mayoría de pacientes con migraña reconocen al estrés como uno de los principales factores precipitantes de sus crisis”, asevera Sergio Calleja. En el caso de
la cefalea tensional, la más frecuente entre la población, “el vínculo con el estrés es aún más potente, hasta el punto de
que es difícil encontrar a una persona que no haya experimentado este tipo de cefalea en un momento de su vida problemático
o de tensión emocional”.
Las investigaciones más recientes han alumbrado evidencias que sugieren que el estrés puede influir  en el desarrollo de enfermedades neurodegenerativas como el alzheimer o el parkinson, y también en la aparición de brotes de esclerosis  múltiple y de crisis epilépticas. “Es innegable la influencia del estrés sobre la mayoría de las patologías neurológicas”, resume el doctor Calleja.

En el terreno de las cardiopatías, el estrés es uno de los elementos que puede favorecer la aparición súbita de un infarto de miocardio, explica César Morís, director del área del Corazón del HUCA. “El estrés es el factor que contribuye a romper la
placa de ateroma y a formar el coágulo que causa el infarto”, indica el doctor Morís.
En esta pléyade de problemas  de salud, que incluso pueden resultar mortales, el estrés desempeña un papel de mayor o menor preponderancia.
Y bajo esa epidemia de estrés subyace un estilo de vida en el que impera “una optimización del ‘yo’, en virtud de la cual debemos ser los mejores cueste lo que cueste”, a juicio de los psicólogos asturianos Esther Blanco y Andrés Calvo, propagadores de las ideas de ByungChul Han. “Queremos ser perfectos en nuestros trabajos, perfectos esposos y esposas, perfectos padres, perfectos en nuestro empleo del tiempo libre y perfectos amigos de nuestros amigos. En esta búsqueda
de la excelencia invertimos todos nuestros recursos: tiempo, capacidad y esfuerzo”, indican Calvo y Blanco. El bienestar se asocia a conceptos como la capacidad de rendimiento, el éxito laboral, la belleza o la suerte. Esta tendencia, señalan los citados expertos, repercute seriamente sobre la salud mental y física y sobre las relaciones personales. Se impone cambiar de ritmo. Los
expertos prescriben una serie de hábitos saludables a nivel físico y psíquico, como una alimentación sana; una actividad física regular, mantenida y no competitiva (ya que la competitividad es uno de los factores que puede desencadenar estrés);
algún tipo de técnica de relajación, incluyendo la respiración profunda…

Pilar Saiz, psiquiatra, aboga por cultivar la tolerancia, la flexibilidad y la adaptabilidad, actitudes que minimizan el estrés. La rigidez, en cambio, nos hace frágiles y vulnerables. “Hay  que aprender a gestionar y planificar el tiempo del que disponemos,
dejando un espacio para el ocio y priorizando unas actividades frente a otras”, señala la catedrática de Psiquiatría, quien subraya la necesidad de “aprender a decir ‘no’, ya que a veces nosotros mismos creamos nuestro estrés al pretender hacer demasiadas cosas en demasiado poco tiempo”. Es un aprendizaje, que incluye “vivir más acorde con nuestra naturaleza humana, aceptando quiénes somos y nuestras limitaciones. No somos lo que hacemos; somos, sin más, con nuestras limitaciones, peculiaridades
y particularidades”, afirman Esther Blanco y Andrés Calvo.
La psicóloga Matilde Bousoño hace hincapié en que el apoyo social “tiene un papel mediador entre los sucesos estresantes y la enfermedad, reduciendo el impacto del estrés”. Asimismo, hace notar los beneficios de cultivar disposiciones como el compromiso, la resiliencia, el autocontrol, el sentido del humor, el optimismo, la sociabilidad…

A juicio del catedrático Serafín Lemos, hacer frente a situaciones generadoras de estrés requiere, fundamentalmente, “tomar tierra
y juzgarlas sin dejarse llevar por la alarma”. ¿Cómo? “Siendo objetivos, tratando de comprender la naturaleza y las causas de dichas situaciones y confiando en que, en alguna medida, dichas situaciones o problemas pueden manejarse”.
“El exceso del aumento de rendimiento provoca el infarto del alma”, concluye Byung-Chul Han.
Todo un aldabonazo que no parece conveniente  ignorar. Frente a los valores imperantes en la sociedad del rendimiento, en la que sólo computan el dinero, los éxitos y los “likes”, emerge la necesidad de “conformarnos con ser ‘suficientemente buenos’, normales, no excelentes, poco omnipotentes y nada divinos”, precisan Andrés Calvo y  Esther Blanco.
Reducir la velocidad, simplificar la vida, priorizar objetivos, quitar páginas a la agenda de citas ineludibles, cuidar el cuerpo sin darle culto, preocuparse de la propia imagen sin obsesiones… Son actitudes que relajan el cuerpo, oxigenan el alma y libran de muchas amenazas a la salud física y mental. Queda inaugurada la batalla contra el estrés, que será, sin duda, una de las
grandes contiendas bélicas de las próximas décadas.

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