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¿ESTIGMATIZAR O DIAGNOSTICAR? A PROPÓSITO DEL CASO ANDREAS LUBITZ.

Publicado el 02/04/2015
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Por Esther Blanco , última actualización el 09/11/2018
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¿ESTIGMATIZAR O DIAGNOSTICAR?

A PROPÓSITO DEL CASO ANDREAS LUBITZ.

Hay comportamientos del ser humano que nos llenas de dudas, nos asombran y nos repugnan. Hoy todos nos hacemos la misma pregunta: ¿Cómo es posible que voluntariamente alguien pueda desear terminar con la vida de personas inocentes?

Y empieza nuestra búsqueda por saber, por explicarnos qué ha podido pasar por la mente de Andreas.

Dada la información que ha trascendido hasta la fecha, parece lícito buscar una explicación aludiendo a la salud mental de Andreas. El periódico alemán “Die Welt” explica cómo Andreas padecía problemas psíquicos por los que se encontraba a tratamiento e incluso cómo el pasado martes, día del terrible accidente, estaba de baja médica.  Hoy ya conocemos a través de los medios de comunicación varios datos deslavazados que parece imprescindible unir. Uno de los primeros hitos en relación a la salud mental de Andreas es  una baja laboral causada por sintomatología ansioso-depresiva con duración de 6 meses en su período de formación en Arizona. En aquella época  Andreas manifestó síntomas que a todos podría haber hecho sospechar, pero parece que una vez “superada”, Andreas se incorporó de nuevo a su formación. Parece que el afectado había de someterse a “revisiones médicas regulares” tras dicho episodio pero ninguna de ellas detectó qué es lo que fallaba en Andreas.

El periódico alemán “Bild Zeitung” vuelve a hacer mención de nuevo a causas psicológicas como motivo de esta segunda baja laboral que ocultó y destruyó en su domicilio.

Sea como fuere, Andreas sufría una serie de síntomas que, aunque ocasionaron bajas laborales, a la compañía aérea no pareció preocupar demasiado. Quizás los exámenes médicos a los que debía someterse incluían pruebas psicométricas destinadas a la medición de dicha sintomatología pero no fueron suficientes.

Llegados a este punto cabe preguntarse cuál es el motivo de esos síntomas y por qué no fueron tomados en consideración.

Todos sabemos que los síntomas ansiosos y depresivos son la pandemia de nuestro siglo.  Están presentes en casi todos los problemas relacionados con la salud mental, cerca de 300 según los manuales de diagnóstico internacionales. La ansiedad y la depresión son las patologías mentales que más afectan a los españoles, aproximadamente un 40% de la población las sufren. La sintomatología ansiosa y depresiva se convierte en una demanda habitual en las consultas de salud mental. En Atención Primaria en los últimos años un 43% de las consultas se relacionarían directa o indirectamente con un problema de salud mental. Se estima que la depresión está presente en cerca de la mitad de los pacientes que acuden en busca de ayuda a su médico de cabecera.

Teniendo en cuenta estos datos,  no parece que la ansiedad o la depresión puedan explicar directamente un hecho tan abominable.

La explicación quizás podamos encontrarla si consideramos estos síntomas como algo más, como la punta de un iceberg, la última capa de un problema de mayor calado. Los síntomas ansiosos y depresivos nos afectan, nos molestan, son llamados egodistónicos por los profesionales puesto que son vividos como algo externo a nosotros  que causa dolor, angustia y malestar. Pero esconden algo, algo que va más allá de los síntomas, aquello que quizás nadie vio en Andreas: SU PERSONALIDAD.

Quizás la respuesta a todas estas preguntas resida en aquello que nos define, aquello que nos da identidad, nuestra forma de SER.

Todos tenemos una personalidad que nos define. La personalidad  estaría constituida por una serie de rasgos relativamente estables  y duraderos. Los rasgos son constitutivos tanto de la personalidad normal como patológica.

Se transformarían en Trastornos de la Personalidad cuando son inflexibles y desadaptativos, omnipresentes, de inicio precoz, resistentes al cambio y causantes de deterioro y malestar significativo.

La personalidad sería entonces  una forma de percibir, relacionarse y pensar sobre el entorno y sobre uno mismo. Se trata de un patrón complejo de características cognitivas (formas de pensar), emocionales (forma de sentir) y conductuales (forma de comportarse) profundamente enraizadas a través de las cuales damos significado al mundo, construimos la imagen de nosotros mismos, nos relacionamos con los demás e interactuamos con el medio.

Conforme pasan las horas salen a la luz características, peculiaridades en la forma de ser de Andreas, en unos casos para considerar su carácter exagerado (“impecable”, “perfeccionista”, “obsesivo”), en otras para simplemente describirle (“educado”, “simpático”, “de muchos amigos”). En cualquier caso a nadie parecieron sorprenderle demasiado.

Quizás en la sociedad que vivimos se priman estas características. ¿Quién se extraña de un joven luchador y ávido por conseguir sus objetivos?, ¿a quien le extraña su deseo desmedido por lograr volar? Incluso estos días se ha escuchado a pilotos opinando acerca de la normalidad que supone tener una habitación absolutamente ocupada por imágenes de aviones.

¿Quién hoy en día se sorprende de alguien que quiere ser el mejor? Tampoco nos causa estupor asistir a cómo nuestros jóvenes cada vez toleran menos las frustraciones de la vida. Nuestra sociedad es así. Si a estas características añadimos una buena educación y trato amigable, parece que nada hacía sospechar una tragedia como la que ha ocasionado Andreas. Sin embargo algo había en todas estas características que a nadie sorprendieron demasiado y que pasaron desapercibidas en los controles médicos y psicológicos.

Quizás los profesionales de salud  y los seleccionadores de personal hoy en día aún no estén suficientemente formados para detectar estos “estilos de ser” disfuncionales y patológicos. Lo que sí estamos seguros es que nos encontramos ante un problema de falta de diagnóstico.

Los síntomas depresivos y/o ansiosos son en muchas ocasiones, y sobre todo cuando estos se repiten al lo largo del tiempo como en el caso de Andreas, indicadores de la presencia de Trastornos de la Personalidad. Hoy en día existen pruebas psicométricas muy fiables para “radiografiar” la personalidad de un individuo y comprobar si existe alguna patología. Si esto se hubiera hecho se podría haber evitado la terrible catástrofe y sus consecuencias.

La personalidad normal y la patológica se sitúan a lo largo de un continuo, una fina línea separa a veces una de la otra. Nuestra personalidad pasa de ser considerada normal a patológica cuando los rasgos que la compones se vuelven inflexibles y  rígidos. Es esta rigidez, exageración, radicalización de los rasgos de nuestra personalidad lo que nos convierte en personas inflexibles y dogmáticas. Intolerantes e  incapaces de aceptar acontecimientos vitales. La premeditación de Andreas, su frialdad ante la llamada del resto de la tripulación, sus al menos ocho minutos de impasibilidad no son síntomas depresivos, son características de una personalidad patológica.

Los síntomas ansiosos y depresivos son el resultado  del choque entre la realidad y la rigidez cognitiva-afectiva de la personalidad del individuo que ha aprendido a ser así. La realidad, la cruda realidad en ocasiones, se encuentra con una forma de percibir el mundo por parte de un individuo incapaz de “encajarla” con sus esquemas mentales produciendo enfermedad.

La egosintonía (no darse cuenta de cómo es uno, vivir en sintonía con los rasgos en nuestra forma de ser) nos impide ser conscientes de nuestros  errores cognitivo-afectivos, creemos que nuestra forma de entender el mundo es lo normal y que es así como son las cosas. Por lo tanto no podemos regular nuestras emociones. De esta manera se produce el mantenimiento de los síntomas en el tiempo. Este roce entre una forma rígida de ser y la realidad produce síntomas depresivos y ansiosos como los que padecía Andreas.

Cuando los profesionales diagnosticamos o hacemos hipótesis sobre el caso Lubitz no pretendemos estigmatizar a las personas con enfermedad mental, tan solo diagnosticar e intentar aportar luz para predecir comportamientos dramáticos futuros. Quizás, como venimos reclamando, si se hubiese diagnosticado antes la personalidad de Andreas, podría haberse hecho una predicción más acertada de su comportamiento.

Los diagnósticos ayudan, no estigmatizanEn nuestras consultas vemos diariamente personas con Trastornos de la Personalidad a las cuales no juzgamos, no criticamos. Las entendemos, nos las explicamos. Es más, en su proceso terapéutico va implícito comprenderse (comprender el por qué de sus emociones) aceptarse, ser compasivo.

Mucho se ha hablado estos días sobre la estigmatización cuando hemos salido a la palestra los profesionales de salud mental para explicarnos cómo una persona llega en un momento determinado a comportarse de una forma tan cruel. Bajo nuestro punto de vista, en ocasiones, con diagnósticos superficiales o poco certeros, pero no somos los profesionales los que estigmatizamos.

Una persona con un Trastorno Narcisista de la Personalidad es alguien que, disociado, desregulado, esto es, invadido por la ira, el rencor y la frustración, es capaz a cometer hechos atroces. Por mucho que nos disgusten sus acciones, es una persona “enferma”, trastornada. Quizás el sistema también falló por no haberlo detectado antes y haberle ofrecido ayuda.

La respuesta a por qué Andreas Lubitz  lo hizo  está en él. Él era su peor enemigo y en su camino arrastró a 149 personas. Descansen Todos en Paz.

Esta reflexión se la dedicamos a nuestros pacientes. Y sí, también a los narcisistas, obsesivos, …a los que, por encima de todo  comprendemos y ayudamos.

Esther Blanco García y Andrés Calvo Kalch

Directores de la Clínica de Psicoterapia y Personalidad Persum

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