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El cerebro del bebé se desarrolla dentro de la relación con su cuidador principal

Publicado el 16/10/2015
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Por Esther Blanco , última actualización el 09/11/2018
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El  término apego  hace referencia a la relación afectiva entre un niño y su cuidador principal. Aunque la mejor definición de apego la encontramos en Bowlby cuando describe  éste como “un sistema innato del cerebro que evoluciona de formas que influyen y organizan los procesos motivacionales, emocionales y mnésicos con respecto a las figuras protectoras significativas”.

Pero el apego supone además una relación afectiva donde emerge la regulación de las propias emociones del bebé y se sientan las bases de una arquitectura cerebral que supone el sustrato necesario para el desarrollo cognitivo posterior.

La regulación  cognitivo-afectiva  supone la base para el desarrollo normal de la personalidad.

Para Fox (2010) el apego supone un acercamiento a la importancia de estas primeras relaciones afectivas para la construcción de la arquitectura cerebral. Ésta arquitectura supone para el autor el sustrato necesario pero no suficiente puesto que el desarrollo de las primeras estructuras que representan el sustrato fisiológico de la mente han de seguir su desarrollo a lo largo de toda la infancia.

En National Scientific Council on the Developing Child (2007), del mismo modo,  mantiene la argumentación sobre la importancia de los primeros aprendizajes. Existe  un período crítico y sensible que determina el buen desarrollo y funcionamiento de los siguientes aprendizajes. Las primeras experiencias son críticas y andamian a las siguientes experiencias. Las primeras experiencias suponen un andamiaje para  las segundas. Y éstas no tenderán a su buen desarrollo y funcionamiento si no están sostenidas por las primeras.

Sassenfel (2009) aporta el  conocimiento del proceso por el cual la relación afectiva representa una suerte de regulador emocional a través de las neuronas espejo que cumplen la función de “conectar” al bebé con su cuidador para poder ofrecer una corregulación. Este sistema de involucramiento social tiene importantes consecuencias para el desarrollo de sistemas cerebrales como el sistema límbico, estructura esencial emocional. Cuando el niño  vive en la relación con los otros significativos  un fracaso de este sistema de conexión social o involucramiento social, el bebé no encuentra en el otro la oportunidad de ser calmado, y no desarrolla la oportunidad de obtener la seguridad y la protección necesaria. Estas experiencias configuran la base de la desregulación emocional que impedirá una regulación cognitivo-afectiva necesaria en la edad adulta y que permitirá el desarrollo de una personalidad sana.  

Definición de apego como regulador emocional del bebé

Los seres humanos tendemos desde el nacimiento a crear fuertes lazos afectivos con los cuidadores principales. El papel de la relación de apego va más allá de aportar una serie de cuidados físicos, puesto que representa un sistema mediante el cuál se sientan las bases para el desarrollo de las estructuras cerebrales que suponen el sustrato biológico de la mente y la futura personalidad. La mente del bebé necesita  para desarrollarse  los estados mentales de una figura de apego para que le ayude a organizar sus propios estados mentales.

El vínculo afectivo con un cuidador principal se presenta  como un regulador de la experiencia emocional. El niño aprende a regular sus estados emocionales y a obtener la seguridad de sentirse consolado y apreciado en la relación con su cuidador. La mente comienza a emerger como una serie de emociones manejables  en la relación con el otro significativo y representa la base emocional de la personalidad.

Los primeros momentos de la vida de un bebé se caracterizan por una activación fisiológica a la que el bebé no sabrá darle significado.

Un  cuidador sensible  será aquel que sea capaz de atender a estas sensaciones emocionales ofreciendo en primer lugar una presencia consciente y un deseo de ayuda. El cuidador ofrecerá además una expresión emocional similar a la del bebé pero  de forma alternativa ofrecerá otra emoción que permite al bebé encontrar, por un lado, la validación de su experiencia emocional, pero por otro lado una alternativa emocional que calma y consuela.

La regulación de la emoción dentro de la relación interpersonal entre el bebé y su cuidador  supone el cimiento de la relación de apego y el principio de autorregulación del niño.

Los padres que logran contener las emociones de sus hijos desarrollan en este una sensación de seguridad que permitirá a partir de su segundo año de vida empezar a incorporar aspectos cognitivos asentados sobre una base de seguridad sentida imprescindible para el desarrollo adecuado de la personalidad.

La regulación de las emociones es el  fundamento para el desarrollo del yo. Cuando nos referimos al  desarrollo del yo estamos haciendo alusión al sentir, tanto de una forma visceral como emocional. Ser significa empezar a poder tener acceso a las emociones en estas dos modalidades, puesto que representa la base a partir de la cual seguimos construyendo el mundo. Y éste podrá ser construido con mayor o menor poder mentalizador, esto es, con mayor o menor capacidad para saber que la construcción que hacemos del mundo es una mera representación (superación del modo equivalencia psíquica), o bien nuestras emociones no podrán tomar ese carácter meramente representacional y serán las emociones las que guíen al individuo  y por tanto le dejarán sin la capacidad para la integración. Será un individuo altamente emocional y constructor de una realidad únicamente guiada por la sensación sentida. O  un individuo desconectado de toda emoción (alexitímico) incapaz de usar las mismas para enfrentarse al mundo. Pero debemos seguir adelante en la comprensión de la formación del self, añadiendo a éste construcciones sociales en las que el infante continúa estando inmerso.

La regulación cognitivo-afectiva que caracteriza un desarrollo de la personalidad normal se encuentra sustentado sobre las experiencias vividas a lo largo de la infancia.

Apego y arquitectura cerebral del bebé

Tomaremos como  punto de partida  un cerebro cuyas estructuras esenciales se encuentran presentes pero con un gran potencial para continuar su desarrollo a lo largo de toda la vida. Sin embargo serán las experiencias tempranas las que tengan el poder de dejar una importante huella en un cerebro dispuesto para su desarrollo.

Para Fox (2010) nuestro código genético constituye el marco a partir del cual los factores ambientales influyen en la estructura y función del cerebro del infante. La formación de conexiones neuronales continúa hasta el segundo o tercer año después del nacimiento en los seres humanos, manteniéndose el desarrollo de la corteza cerebral hasta la pubertad.

El cerebro es el resultado de una estructura determinada genéticamente con la capacidad de seguir desarrollándose principalmente en los primeros años de vida.

Para Crawford, Jones,  Keuroghlian y Knudsen (citados en Fox, 2010) el cerebro retiene la capacidad de adaptación y cambiar a lo largo de la vida útil, sin embargo, la base de la arquitectura cerebral se encuentra en los primeros años del desarrollo, por ello la influencia del ambiente parece mucho más importante en cuanto al desarrollo afectivo en los primeros años de desarrollo infantil que con posterioridad.

El cerebro del ser humano permanece en desarrollo a lo largo de toda la vida, sin embargo la constitución de la arquitectura cerebral  quedará determinada en los primeros años de vida, siendo la relación con el cuidador principal y su ayuda emocional quien ofrezca a su bebé la oportunidad de activar o desactivar estructuras cerebrales que quedarán fijadas y constituirán el fondo fisiológico de la  mente, con importancia determinante en la vida adulta. Del mismo modo, para Fox (2010) el aprendizaje temprano sienta las bases para el posterior  aprendizaje y es esencial (aunque no suficiente) para el desarrollo de la arquitectura cerebral óptimo.

Para los autores del National Scientific Council on the Developing Child (2007), la calidad del ambiente temprano de un niño y la disponibilidad de los cuidadores proporcionando experiencias apropiadas en las etapas adecuadas del desarrollo son cruciales para determinar la arquitectura del cerebro, lo cual, a su vez, determina lo bien que él o ella serán capaces de pensar y regular las emociones.

Una desarrollo inicial de la arquitectura cerebral del bebé en la relación con el otro significativo es la condición necesaria que permite y sienta las bases de posteriores aprendizajes y experiencias de construcción social del mundo sobre las primeras emociones ya reguladas. Así, para DeBello, Knudsen, Karmarkar, Dan,  Nelson, Haan, Thomas, Sabatini et al (citados en Fox, 2010) una rica experiencia temprana debe ser seguida por una  más sofisticada, cuando los circuitos de alto nivel están madurando, para que todo el potencial se despliegue en el adulto.

Parece demostrado que en todas las especies de mamíferos, este primer período de los patrones especificados para generar la arquitectura cerebral es seguido por un período prolongado de formación a través de las sinapsis, bien para constituir su ajuste o para extinguirse. Este período se extiende desde el último trimestre de la gestación hasta la pubertad. Bourgeois, Goldman-Rakic, y Rakic; Huttenlocher y Dabholkar (citados en Fox, 2010)

Las experiencias iniciales con los cuidadores tienen la capacidad de desarrollar de una o otra forma las estructuras cerebrales implicadas en las que posteriormente serán las estructuras básicas para un adecuado acceso a las emociones y a su regulación.

Arquitectura cerebral en animales

Para acercarnos a la comprensión de la importancia de las primeras estructuras cerebrales como andamiaje de posteriores aprendizajes, diferentes autores han trabajado sobre población animal para comprobar cómo el desarrollo normal de los sistemas auditivo o visual han de encontrarse precedidos por un uso funcional de las estructuras básicas de ambos sistemas. Si ocurre un uso deficiente o anormal de dichos sistemas, ocurrirá una disfunción funcional

Wiesel Y Hubel (citados en Fox, 2010) mostraron cómo ante el impedimento de la visión de un ojo a un gato recién nacido, las conexiones del ojo tapado desaparecen, de tal forma que en el futuro dicho ojo no podrá recuperar su función para una visión binocular. Será el otro ojo quien adopte las funciones necesarias para la visión. Como Cynader y Mitchell (citados en Fox, 2010) demuestran posteriormente, impedir la visión de ambos ojos no conlleva a la pérdida de visión binocular ante el mismo tiempo de exposición a la oclusión de ambos ojos. Así, Le Grand, Mondloch, Maurer, y Brent (citados en Fox, 2010), muestran cómo el padecimiento de cataratas congénitas puede conducir a una sutil pero persistente déficit de visión ene. Reconocimiento de caras, aunque éstas sean operadas en los primeros meses de vida.

En esta misma línea, Sugita (ciatdo en Fox, 2010) los monos privados de ver caras desde su nacimiento son capaces de discriminar tanto caras de  monos como  rostros humanos después de la restauración selectiva de caras en el entorno visual, pero los monos expuestos selectivamente a caras humanas  sólo pueden discriminar rostros humanos, no caras de monos. Los monos expuestos selectivamente a caras de monos sólo pueden discriminar caras de mono, no rostros humanos.

En otro experimento de Bredy, Humpartzoomian, Caín, y Meaney (citados en Fox, 2010) las crías de rata privadas de la atención materna se demostró haber reducido el volumen de hipocampo en comparación con las expuestas a una atención materna enriquecida. Las crías privadas de atención materna fueron devueltas a un ambiente enriquecido, dando como resultado una capacidad para el aprendizaje y la aptitud de memoria similar a las crías de altos cuidado. Sin embargo, el volumen del hipocampo no cambió, sugiriendo ello que los mecanismos de plasticidad  temprana en la vida permiten el uso de vías alternativas para formar el comportamiento típico a pesar de los déficit estructurales duraderos.

Así pues, para Fox, del mismo modo que ocurre en los experimentos y observación del mundo animal, los cambios en el medio ambiente, en particular cuando son dramáticas y persistentes pueden tener la capacidad de alterar la conectividad neuronal. La conclusión del autor representa un punto importante de reflexión, puesto que para éste “puede ser difícil de restaurar una función normal una vez que el desarrollo ha sido alterado”.

Primeras experiencias del bebé y desarrollo del cerebro

El vínculo establecido en la primera infancia tiene la capacidad de modelar procesos biológicos y el funcionamiento del sistema nervioso autónomo. La madre del infante en la relación con éste tiene la capacidad de influenciar sobre estructuras que al bebé le servirán para regular sus propios estados emocionales. Y ésta, la madre, lo hará a través de la interacción con el pequeño.

El cerebro, como ya hemos comentado, se encuentra desarrollado anatómicamente, sin embargo, las neuronas aún no forman redes funcionales específicas. Estas redes dependen para desarrollarse de una adecuada interacción entre el bebé y su madre. El cerebro derecho es dominante en cuanto a funcionamiento durante los tres primeros años de vida lo que implica que un fallo en la maduración óptima de este hemisferio debido a una deprivación emocional, supone una alta vulnerabilidad para el desarrollo de la psicopatología futura.

Sassenfeld (2009), en su revisión sobre la neurobiología de los procesos relacionales, nos muestra el funcionamiento de las neuronas espejo dentro de la importancia de la comunicación no verbal en cuanto a la capacidad de producir un estado somático compartido. Gracias a este mecanismo de las neuronas espejo, las acciones realizadas por otros se transforman en mensajes sin mediación cognitiva. El sistema de neuronas espejo “trasforma los fenómenos no verbales de la comunicación emocional en señales corporales que son codificadas  y decodificadas en términos implícitos”. Además, es importante añadir, como  indican Iacoboni, Rally, Wolf et al (citados en Sassenfeld, 2009), cómo las neuronas espejo tienen conexiones importantes con el sistema límbico. Lo cual supone sin duda una oportunidad para aprender a sentir lo que sienten los otros, base fisológica de la empatía. Como también una oportunidad para de nuevo encontrar el autososiego a través de la conexión con los adultos significativos.

Para Porges (citado en Sassenfeld, 2009), dentro de este sistema de involucramiento social surgiría el proceso de evaluación de “las intenciones” de los otros en base a los “movimientos biológicos” del rostro. Para Lieberman (citado en Sassenfeld, 2009) dicho proceso evaluador puede ser considerado precursor del desarrollo de la mentalización explícita.

Consideramos  que toda pérdida de oportunidad de una madre para ayudar a su hijo en el proceso de regulación emocional, ocasiona en éste una inmadurez a la hora de hacer uso de la capacidad de la integración, quedando a merced de emociones que no podrá integrar y que amenazarán todo el desarrollo posterior (base de la disociación). Estructuras cerebrales  implicadas en la regulación emocional pueden quedar configuradas. Esto es, emociones que no han podido ser reguladas,  dejarán al individuo ante las diversas emociones encapsuladas y desconectadas de un funcionamiento mental consciente que le permite seguir manteniendo la calma en una vida que ha de seguir siendo vivida.

Implicaciones para la personalidad de las primeras experiencias del bebé

Para el estudio presentado por National Scientific Council on the Developing Child (2007), aunque el cerebro retiene la capacidad de adaptarse y cambiar durante toda la vida, esta capacidad disminuye con la edad.

El período crítico para  la configuración del cerebro se encuentran  delimitados antes de que el niño entre en la escuela. Los circuitos cerebrales de bajo nivel se encuentran en la base de los llamados de alto nivel. Experiencias sensoriales, sociales y emocionales son esenciales para que las estructuras de bajo nivel supongan el andamiaje para las estructuras de alto nivel que suponen un desarrollo social y emocional superior.

Existen capacidades posteriores que se desarrollaran a partir de las básicas. Si como adultos pretendemos que un niño pueda calmarse por sí mismo, le estaremos exigiendo una habilidad para la cual no se encuentra preparado, de tal forma que la regulación emocional por parte del adulto será imprescindible en las primeras etapas. Sólo cuando dicha regulación haya sucedido, el niño tendrá la habilidad para poder sentir una emoción más regulada sobre la cuál seguir construyendo su mundo afectivo. Del mismo modo no tendría ninguna utilidad enseñar a un bebé a leer, puesto que su estructura cerebrar no está preparada, no podemos pedirle que regule emociones que le son desconocidas e intensas.

El aprendizaje temprano sienta las bases para el aprendizaje posterior y es esencial (aunque no suficiente) para el desarrollo de la mejor optimización de la arquitectura cerebral.

Del mismo modo las primeras experiencias empobrecidas pueden tener graves y duraderas consecuencias para el desarrollo posterior del cerebro. La conclusión de los autores supone que una gran parte de cerebro se forma en los 3 primeros años de vida, aunque  la ventana de oportunidades para seguir desarrollándose no se encuentra en absoluto cerrada. Nos recuerdan cómo la activación fuerte y persistente del sistema de estrés del cuerpo (aumento de la frecuencia cardíaca, presión arterial, hormonas del estrés como cortisol y citocinas) pueden dar como resultado la interrupción permanente de los circuitos cerebrales durante los períodos sensibles en los que está madurando. Las causas más comunes de este estrés incluye: abuso infantil, negligencia grave, exposición repetida a violencia, pobreza, abuso de sustancias parentales, enfermedad mental de la madre, como la depresión.

En conclusión, diremos que emociones no reguladas quedarían “marcadas” estructuralmente impidiendo la adecuada integración de las mismas generando un efecto en el significado cognitivo-emocional en el tiempo. Si las emociones en un momento determinado fuesen demasiado intensas, el sistema pasaría a “desconectarse”, obligando al cerebro a tomar un control racional desprovisto de las emociones que lo originaron, o bien seguiría excesivamente emocionadoDel mismo modo, el cerebro derecho perdería su función holística y sintética para pasar a ser analítico o excesivamente emocional y generalizador.

Si el funcionamiento óptimo implica estructuras conectadas de abajo a arriba y de derecha a izquierda, la disfunción, la desregulación emocional, implicaría un “secuestro emocional” que dejaría al sujeto a merced de emociones intensas que pasarían, en una suerte de regulación, a un funcionamiento racional y analítico, más propio del cerebro izquierdo.

En conjunto, diremos que se encuentran fisiológicamente sentadas las bases del origen  de una desregulación emocional.

Los cuidados maternales de la primera infancia no son recordados como tal sino que serán codificados emocionalmente en el niño representando en la etapa adulta un conocimiento no pensado explícitamente, sino sentido como reacción física, sensación, percepción, o patrones de interacción interpersonal. Estos recuerdos emocionales permanecerán fijados en una estructura denominada amígdala que constituye la base neurobiológica de los recuerdos emocionales.

El cerebro emocional derecho y la amígdala se encuentran relacionados con la psicopatología en la edad adulta, puesto que las emociones sentidas y no reguladas por el individuo se encuentran en la base del desarrollo de su personalidad. La personalidad de un individuo está compuesta de un sistema cognitivo-afectivo que dirige la conducta de los individuos. Este sistema puede verse invadido por una desregulación afectiva y una incapacidad para el autososiego que se encuentran en la base de las diferentes estilos o trastornos de la personalidad y que generarán síntomas como los ansiosos, depresivos de forma recidivante a lo largo de la edad adulta.

Por todo ello concluimos que en las primeras relaciones del bebé con su cuidador se encuentra la base para la salud mental. Si se tuviese en consideración las importantes implicaciones que para el desarrollo del cerebro y la futura salud mental de los individuos tienen los primeros vínculos afectivos, las implicaciones en términos de salud serían incalculables, puesto que supondrían un menor número de la sintomatología que observamos en la población, sobremanera la sintomatología ansiosa y depresiva que nos hace en España estar a la cabeza en el consumo de psicofármacos. Del mismo modo, el obtener adultos más seguros generaría muchos menos problemas interpersonales los cuales ahorrarían sufrimiento interpersonal, familiar y social.

En este momento existen psicoterapias que,  desde un punto de vista integrador, ofrecen a los individuos, a través de otro vínculo, en esta ocasión el vínculo que representa la relación terapéutica, poner en sintonía, quizás por primera vez, un cerebro derecho con cerebro derecho entre el paciente y el terapeuta, que ofrezca a los individuos una nueva oportunidad para producir cambios a nivel cerebral que supongan verdaderas oportunidades para nuevas emociones que sustituyan las viejas. Trabajar sobre la personalidad formada de los individuos es necesario en una psicoterapia puesto que de esta forma podrán dejar de experimentar los síntomas que en tantas ocasiones les producen enfermedad y rupturas interpersonales innecesarias.

Desde una visión integradora de la psicoterapia, ésta supone una cura a través de las emociones sentidas entre el terapeuta y el paciente,  sobre las que se asienta un trabajo terapéutico   más cognitivo y verbal.

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Referencias

Fox, S. E., Levitt, P., y Nelson, C.A. (2010) How the Timing and Quality of Early Experiences Influence the Development of Brain Architecture. Child Development, Volume 81, Number 1, Pages 28–40

National Scientific Council on the Developing Child (2007). The Timing and Quality of Early Experiences Combine to Shape Brain Architecture: Working Paper #5. http://www.developingchild.net

Sassenfeld, A. (2009). Neurobiología de los procesos relacionales no-verbales. Gaceta de Psiquiatría Universitaria, 5 (3), 351-362.

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