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Artículo de opinión en La Nueva España. Esther Blanco y Andrés Calvo, directores de la Clínica Persum: ¿Qué se esconde tras el acoso escolar?

Publicado el 01/06/2015
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Por Esther Blanco , última actualización el 08/07/2019
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¿QUÉ SE ESCONDE TRAS EL ACOSO ESCOLAR?

Las consecuencias de una defieciente educación en el modo de regular las emociones.

El acoso escolar ha cobrado actualidad en los últimos días a cuenta de varios casos que han trascendido públicamente, uno de ellos sucedido en un colegio de Oviedo. Los Psicólogos Andrés Calvo y Esther Blanco, directores de la Clínica de Psicoterapia y Personalidad Persum, analizan un fenómeno que achacan a una creciente vulnerabilidad emocional.

El acoso escolar va en aumento, la violencia se instala en las aulas. Alumnos contra sus propios compañeros, menores capaces de atemorizar a sus profesores, violencia física y psicológica contra los más débiles. ¿Qué está pasando?

Thomas Hobbes fue un filósofo inglés del siglo XVII que popularizó la frase: “El hombre es un lobo para el hombre”, pero ¿esto es así? ¿somos crueles? ¿cuál puede ser una explicación plausible para el fenómeno de la violencia en general y de la violencia en las aulas en particular?

El ser humano nace como ser emocional. Los dos primeros años de vida de un bebé se caracterizan por la inmadurez de los centros superiores cerebrales con capacidad para el raciocinio,  la reflexión y el sosiego. Su posición ante el mundo es egocéntrica, dominada por las emociones y la falta de regulación de las mismas. Cualquier bebé con capacidad muscular y dotes planificadoras sería capaz de cometer un acto violento sin piedad. Por suerte existe lo que por motivos de conveniencia científica llamamos Apego y que se define como la relación afectiva especial entre el niño y su cuidador principal. Es en esta relación donde comienzan a atemperarse y a regularse las emociones.

Claro está, el ser humano no viene a este mundo cual tabla rasa, sino que viene dotado de un arsenal genético que determina su temperamento. Así pues, genética y aprendizaje se unen para determinar nuestros comportamientos.

El papel del vínculo madre-hijo en la infancia constituye el pilar sobre el que se asientan futuras capacidades emocionales más complejas. Es esta intersubjetividad el cimiento de la íntima relación entre apego y autorregulación emocional. La ira, la rabia, los celos, el rencor, el deseo de venganza, son atemperados dentro de dicha relación.

Un vínculo  desorganizado que altere  la capacidad para regular dicho afecto, deja al niño en manos de emociones intensas sin capacidad de ser dominadas.

La educación afectiva y emocional no termina en este punto. Estudios sobre individuos resilientes (con capacidad de salir emocionalmente adelante habiendo vivido situaciones adversas), demuestran cómo un entorno favorecedor, figuras afectivas auxiliares a la principal, son capaces de amortiguar efectos devastadores infantiles. Nuestra sociedad ya no es capaz de suponer un sostén, el grupo ya no existe, los niños son criados en la soledad del hogar o en la “soledad” de la guardería. Ya no hay tribu que trasmita afectos, valores y límites. Ya no hay pueblo que unido ayude a atemperar caracteres.

Sin duda hoy tenemos niños más sanos y más inteligentes, pero mucho más vulnerables emocionalmente. Vulnerable es la víctima del acoso, pero vulnerable también es el “verdugo”. Quizás ambos sean las víctimas de una sociedad, de un aprendizaje, de una trasmisión intergeneracional deficiente en cuanto a la autorregulación emocional.

Nuestros jóvenes de  hoy son más inseguros, inmaduros y menos empáticos; y todo ello les aboca a posicionarse ante dos extremos poco saludables: en un extremo se sitúa aquel que no maneja su ira y su cólera, impulsivo, con nula capacidad para la empatía, la cooperación y la colaboración. En el otro extremo se coloca el  niño inseguro, dócil, sumiso, asustadizo, amedrentado con facilidad.

Todos llevamos dentro un “lobo”, pero también un “cordero”. En su modulación reside la virtud.

Esther Blanco García

Andrés Calvo Kalch

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