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El apego del bebé a su cuidador y desarrollo de la personalidad

Publicado el 16/10/2015
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Por Esther Blanco , última actualización el 21/01/2019
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Bowlby  postuló que la proximidad a la madre proporcionó protección contra los depredadores. Dado que ello aumenta las posibilidades de supervivencia, el objetivo del sistema de fijación parece ser la proximidad a la figura de apego. Los más recientes teóricos del apego también consideran esto en términos de reducción de la ansiedad del niño y una mayor sensación de seguridad.

La investigación más reciente ha puesto de manifiesto que este grado de separación de los sistemas es más característico de apego desorganizado (Morgan, 1996)

Liotti (1999, 2004) ha propuesto que el apego desorganizado es el que predisponen a los trastornos disociativos. Al menos, pensamos, para los más graves.

Para Howel  (2005) los procesos mentales que subyacen y median los Trastornos de la personalidad oTrastornos disociativos derivados del apego desorganizado suponen  la incapacidad de pensar y describir la experiencia personal de una manera coherente. La falta de oportunidades para la narración de la propia experiencia con figuras importantes es perjudicial para el desarrollo de las capacidades de integración.

La conducta de apego desorganizado es vista como la representación de un mal funcionamiento del sistema relacional de apego (Lyons-Ruth, 2001).

Jonson, Cohen, Brown et al (citados en Mosquera, González y Van der Hart) encontraron que las personas con abuso o negligencia en la infancia eran diagnosticados cuatro veces más fácilmente como trastornos de personalidad en la edad adulta.

Dada una situación de alta intensidad emocional el bebé depende de la figura de apego para que dichos afectos puedan ser modulados. Según Fonagy (Citado en D.J. Walin, 2007), “los padres que logran contener la angustia del hijo, tendrán un hijo con apego seguro y un sólido potencial de mentalización”.

El concepto de apego seguro se asienta sobre un acceso a una seguridad sentida. El concepto “seguridad sentida” de los autores Sroufe y Waters (citado en Walin, 2007) destacan la centralidad de la emoción para el apego.

El concepto de mentalización, tiene su origen en la introducción en el campo del apego de Mary Main en 1991 el llamado conocimiento metacognitivo. Para  Main (citado en Walin, 2007), las experiencias con un cuidador sensible y coherente, que les aporte una base segura, habría generado la expectativa de que los demás son receptivos a sus necesidades. Esta experiencia de seguridad facilita la capacidad de pensar sobre el pensamiento, es decir de  valorar la “naturaleza meramente representacional” de nuestras propias representaciones mentales o las ajenas.

Fonagy (citado en Walin, 2007), inspirándose en el concepto metacognitivo de Main, introduce el concepto “mentalización” para referirse a “el proceso por el cual nos percatamos de que tenemos una mente que media en nuestra experiencia del mundo”, no refiriéndose solo a un autoconocimiento sino el conocimiento de la mente de los demás.

Si para Main el cuidador había de ser “sensible y coherente” para generar en sus hijos un potencial metacognitivo; para Fonagy, los cuidadores debían reflejar ante las emociones de sus hijos el carácter “contingente y marcado” de la situación  para fomentar la capacidad mentalizadora. Contingente en cuanto a sensibilidad del cuidador para saber que a su bebé le ocurre algo y marcado en cuanto a “marcar” las expresiones de sus hijos, que le devuelvan a éste la capacidad para saber que es alguien que siente, cree y desea. Según palabras de Winnicot (citado en Howel,2005) “el precursor del espejo es el rostro de la madre”.

Podríamos representarlo en un esquema como sigue:

       Mentalización parental

(Padres con capacidad para la sensibilidad, coherencia, con un acercamiento contingente y  marcado a las emociones  de sus hijos)

           Regulación del afecto              Mentalización del niño

Seguridad del apego (seguridad sentida)

Desarrollo del yo

Para Canteli (2011), en los primeros tiempos de la vida los afectos consisten para el bebé en una activación fisiológica y visceral que no puede controlar ni significar. Para ello hace falta la respuesta de la figura de apego. Esta respuesta, cuando es adecuada, consiste en un reflejo del afecto en cuestión: la madre manifiesta su captación y empatía con expresiones faciales y verbales acordes al afecto experimentado por el niño, de forma exagerada o parcial y con el agregado de algún otro afecto combinado simultánea o secuencialmente (por ej. el reflejo de la frustración del niño, combinada con preocupación por él) y con claves conductuales, como las cejas levantadas que encuadran la expresión ofrecida a la atención del infante. La observación de este reflejo parental ayuda al niño a diferenciar los patrones de estimulación fisiológica y visceral que acompañan los distintos afectos y a desarrollar un sistema representacional de segundo orden para sus estados mentales, mediante la internalización de dicho reflejo. Para Bateman y Fonagy “La internalización de la respuesta reflejante de la madre al estrés del niño (conducta de cuidado) viene a representar un estado interno”. El niño internaliza la expresión empática de la madre desarrollando una representación secundaria de su estado emocional, con la cara empática de la madre como el significante y su propia activación emocional como el significado. La expresión de la madre atenúa la emoción al punto que ésta es separada y diferenciada de la experiencia primaria, aunque -de forma crucial- no es reconocida como la experiencia de la madre, sino como un organizador de un estado propio. Es esta “intersubjetividad” el cimiento de la íntima relación entre apego y autorregulación”

Otra característica necesaria de la respuesta materna es su congruencia con el sentimiento vivenciado y expresado por el niño. Mediante la misma, este último va adquiriendo una comprensión de sus propios estados internos, a la vez que comienza a poder regularlos, ya que mediante la expresión de sus afectos logra un control sobre la conducta de la madre que acude a consolarlo y a ofrecerle el reflejo mencionado. El niño asocia entonces el control que posee sobre las conductas reflejantes de la madre con el subsiguiente cambio positivo en su estado emocional, con lo cual comienza a experimentar al self como un agente autorregulador (Gergely, Watson, 1996).

El establecimiento de estas representaciones de segundo orden crea las bases para la regulación del afecto y el control de impulsos y provee una pieza esencial para el posterior desarrollo de la mentalización.

En este sentido Pat Ogdem nos recuerda que los individuos traumatizados muestran una serie de signos, síntomas y dificultades complejos y debilitantes que consisten principalmente en respuestas corporales a los afectos disregulados. Además estas respuestas corporales no suelen tener conexión subjetiva clara con los fragmentos de la memoria narrativa.

Además de un sentido del yo “visceral y emocional” y una adecuada capacidad mentalizadora (“yo sé que yo pienso y que tú piensas”), para poder seguir  enfrentándonos al mundo necesitamos un conocimiento del mismo y de nosotros mismos.

En este sentido, un concepto importante es el de Modelos Internos de Trabajo dentro de la teoría del apego de Bowlby (citado en Howel, 2005), que implicaría representaciones mentales del mismo y la figura de apego, y la preocupación de la expectativa del bebé de la disponibilidad de la figura de apego. Bowlby observó que las personas tienen múltiples modelos internos de trabajoLos modelos de trabajo  organizan cogniciones del niño, emociones, y las expectativas sobre las relaciones de apego.

Sin embargo, en palabras de Ryle, 2002: “Bowllby en su modelo de trabajo de las relaciones ha adoptado presupuestos cognitivistas  restringidos. La creación y mantenimiento de los valores sociales en la relación madre-hijo no se consideran explícitamente”. Para Ryle, “la teoría no parece ofrecer una justificación adecuada relativa a la complejidad y sutileza del desarrollo ni de la psicopatología”.

Sea como fuere, el concepto de formación del yo implica necesariamente fijar la atención sobre los procesos emocionales y representacionales que,  Van der Kolk y LeDoux (citados en Wallin)  en sus investigaciones en trauma expresan  como: “los recuerdos somáticos y emocionales codifican la experiencia en forma de sensación corporal y reacciones afectivas”.

Sobre esta primera construcción emocional y al mismo tiempo, tiene sentido ampliar la formación del yo con una visión de formación social de la mente proveniente de las contribuciones de las ideas de Vygotsky.

El pensamiento de Vygotssky queda resumido en Ryle, 2002 del siguiente modo: “Las representaciones están inextricablemente imbuidas con significados adquiridos  en el curso de nuestra actividad en un universo intersubjetivo, a través de nuestra relación con los demás, sobre todo con los progenitores, cuyos significados reflejan, a su vez, los de una sociedad más amplia”.

La conclusión que ofrecemos implica que la regulación de las emociones y la capacidad de mentalización son el  fundamento para el desarrollo del yo. Cuando nos referimos al  desarrollo del yo estamos haciendo alusión al sentir, tanto de una forma visceral como emocional. Ser significa empezar a poder tener acceso a las emociones en estas dos modalidades, puesto que representa la base a partir de la cual seguimos construyendo el mundo. Y éste podrá ser construido con mayor o menor poder mentalizador, esto es, con mayor o menor capacidad para saber que la construcción que hacemos del mundo es una mera representación (superación del modo equivalencia psíquica), o bien nuestras emociones no podrán tomar ese carácter meramente representacional y serán las emociones las que guíen al individuo  y por tanto sin capacidad para la integración. Será un individuo altamente emocional y constructor de una realidad únicamente guiada por la sensación sentida. O  un individuo desconectado de toda emoción (alexitímico) incapaz de usar las mismas para enfrentarse al mundo.

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