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Artículo de opinión en La Nueva España: Personalidades violentas

Publicado el 23/06/2019
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Por Esther Blanco , última actualización el 10/07/2019
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El domingo 23 de Junio de 2019, Esther Blanco y Andrés Calvo, directores de la Clínica Persum, participan con un artículo de opinión, en la edición escrita del periódico La Nueva España.

 

Personalidades violentas: lo decisivo es el cuánto

El caso de David Carragal revela el fracaso de una sociedad que no enseña a controlar los rasgos antisociales de las personas

 

El maltrato puede definirse de forma sencilla como cualquier acción no accidental que conlleve daño físico o psíquico en una persona, o que la coloque en grave riesgo de padecerlo. Sin embargo, no es tan sencillo dilucidar la causalidad de este tipo de conductas: cuál es el motivo por el que somos agresivos, la causa de una violencia tan injustificada y que ocasiona tanto dolor.

 

Nos ha conmocionado la muerte de David Carragal, a manos supuestamente de otro joven que ha actuado con una violencia cruel. Y nos surgen las preguntas recurrentes: ¿Por qué tanta violencia? ¿Qué podemos hacer para evitar estos trágicos sucesos?

 

No podemos obviar la famosa aseveración de Winston Churchill: “La historia de la raza humana es la guerra». Ya en las sociedades primitivas, nuestros antepasados se mataban entre sí a unos niveles que eclipsan a las víctimas de nuestras dos guerras mundiales. La Historia acusa a nuestra especie no sólo por el número de muertes, sino por la forma en que se han cometido, argumenta Steven Pinker en “La Tabla rasa”.

 

Una reciente investigación realizada por los autores de este artículo con una muestra de 485 pacientes de la Clínica Persum, de Oviedo, que solicitaron tratamiento ambulatorio arroja datos preocupantes: un 5,3 % de los pacientes que solicitan ayuda psicológica se caracterizan por presencia de rasgos antisociales en su personalidad. Pero aún más alarmante resulta que, entre la muestra clínica masculina, la mayor frecuencia de respuestas a un cuestionario psicométrico que evalúa la personalidad, la ostenta la condición antisocial de la personalidad. Se trata de un rasgo que predispone a la violencia, pero ofrece más información.

 

¿Qué es una personalidad antisocial? ¿En qué nos ayudan estos datos para comprender el fenómeno de la violencia?

 

Una personalidad antisocial se caracteriza por su locuacidad y encanto superficial, autovaloración exageradamente alta, arrogancia y grandiosidad maligna, ausencia total de remordimiento, sensación de omnipotencia, carencia de empatía en las relaciones interpersonales, incapacidad para amar, manipulación ajena y con recurso frecuente al engaño, problemas de conducta en la infancia, impulsividad, ausencia de autocontrol, irresponsabilidad, ausencia de culpa… Hablamos de personas impulsivas, irritables, irresponsables e incapaces de planificar el futuro.

 

Sin embargo, la línea que separa la normalidad y la patología es muy fina. Mejor sería pensar en términos de rasgos en nuestra forma de ser, distribuidos a lo largo de un continuum. Los rasgos antisociales que nos llevan a ser más proclives al uso de la violencia cruel son una cuestión de cantidad. La personalidad antisocial no es un constructo categorial, no “se tiene o no se tiene maldad”, sino que los rasgos antisociales se acumulan en mayor o menor medida en un individuo.

Tener rasgos antisociales no es una patología, pero constituye un riesgo para la sociedad que un individuo disponga de una alta frecuencia de rasgos antisociales en su personalidad.

 

¿Por qué aparecen un número tan elevado de rasgos antisociales en la población clínica a estudio?

 

En primer lugar, debemos aclarar que la violencia no es una enfermedad ni una patología. El ser humano es violento por naturaleza. La agresividad nos ha ayudado a evolucionar como especie. Causas biológicas y culturales explican el fenómeno de la violencia. La naturaleza humana es violenta. El mito del “buen salvaje” de Rousseau hoy no se sostiene.

 

Sin embargo, aunque admitamos nuestra naturaleza violenta, claramente existe un componente social que favorece esta patología. “La ley del más fuerte” se abre camino en una sociedad sin una figura paterna simbolizada por la Ley y la Norma.

 

Desde la experiencia clínica observamos cómo los rasgos antisociales de los individuos campan a sus anchas en una sociedad que favorece el engaño, la manipulación, la falta de ética, el uso perverso del poder y la persecución de metas muy a corto plazo.

 

Se observa un fracaso como sociedad en la escasa habilidad para ayudar a construir una representación estable e integrada de nosotros mismos; para enseñar a los individuos a vincularse emocionalmente con los demás; para estimular conductas en beneficio de los otros… El resultado es una proliferación de personalidades disfuncionales.

 

Como psicólogos sabemos que disponemos de dos potentes antídotos contra la violencia: el aprendizaje de la regulación de las emociones a través de la capacidad de reflexionar sobre nuestros propios estados mentales (no solo tenemos pensamiento, sino pensamientos sobre nuestros pensamientos), capacidad conocida como “mentalización”; y la aceptación del límite y la norma.

 

Estas capacidades de  introspección, metacognitivas, y normativas se aprenden en las relaciones paterno-filiales desde la más tierna infancia. Padres con mayor capacidad para la mentalización, es decir, capaces de tener en su mente la mente de sus hijos, son más capaces de hacerse cargo de las emociones que sienten a lo largo de su infancia y de enseñarles a regularlas. También la maldad y la moral. El sentido moral se construye jugando: el juego es la base de la abstracción para los niños. La ventana plástica para los aprendizajes se cierra muy pronto.

 

“La mejor forma de evitar la emergencia del mal es hacernos cargo de él y renunciar a esa idea postmoderna de que todo el mundo debe ser bueno (el buenismo impuesto)”, afirma el psiquiatra Francisco Traver. Los seres humanos no somos o buenos o malos; se trata de hacernos cargo de la maldad como lo hacemos de cualquier otro tipo de emoción. Nuestro objetivo como sociedad es ser capaces de enseñar a regular todas aquellas emociones y conductas que experimentamos, también la deshonestidad, la mentira, el odio, la ira, el afán de dominio y la agresión.

 

David no ha fallecido en manos de un “psicópata”, sino supuestamente de un joven de 18 años incapaz de controlar sus peores impulsos.

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