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El paciente negador

Publicado el 23/02/2022
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Por Esther Blanco , última actualización el 23/02/2022
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Los pacientes negadores son aquellos que manifiestan recelo y muestran negativa, disconformidad o incluso enfado hacia aquellas propuestas, intervenciones o diagnósticos dentro de una psicoterapia.

Constituyen un continuo donde en un extremo se encuentran los pacientes con personalidad narcisista y en el otro los pacientes con personalidad esquizoide. Estos pacientes tienen enormes dificultades para confiar e intimar con los demás y con ellos mismos. Su “autosuficiencia compulsiva” y sobreestimación defensiva de su propia valía imponen la necesidad de ahuyentar los sentimientos, pensamientos o deseos susceptibles de provocar la búsqueda de apoyo, conexión o cariño en los demás. Sin embargo, aunque se nieguen a sentir las emociones y a expresarlas, no pueden extinguir la necesidad biológica de apego.

Es importante sintonizar con los indicios afectivos del paciente negador, que comunican mucho a través del cuerpo. Además, suelen evocar inadvertidamente en los demás lo que son reacios a sentir. Por ello, como terapeutas es importante aportar nuestros sentimientos, para ayudarles a integrar los suyos propios.

El primer reto con este tipo de pacientes es propiciar que «les importe el terapeuta». Al principio del tratamiento se suelen comportar como si el terapeuta no les tuviera nada que ofrecer o fuera una amenaza. Por ello, es importante alcanzar un equilibrio entre la sintonía empática y la confrontación.

Por lo que respecta al sentimiento, el paciente negador es en gran medida un sistema cerrado, pues ha aprendido que el reconocimiento y la expresión de la angustia derivan en frustración o algo peor. La verbalización de nuestra empatía por la experiencia del paciente puede atenuar su miedo a que lo controlemos o rechacemos, aunque debido a que ellos apenas conocieron la empatía de las figuras de apego durante la infancia, pueden experimentarla como un precario sustituto de la ayuda “real” o rechazarla.

Además de la empatía, en las primeras fases del tratamiento, se requiere algo más: la confrontación. La confrontación es la expresión deliberada o espontánea de nuestra experiencia subjetiva acerca de cómo se recibe la comunicación del paciente.

La autoconsciencia de los pacientes negadores se ve fundamentalmente limitada por lo que no se permiten sentir, pensar o recordar.

No obstante, aquello a lo que no tienen acceso estos pacientes en su interior puede evocarse en los demás, incluido el terapeuta. De este modo, la experiencia subjetiva del terapeuta puede aportar una vía fundamental para llegar a los sentimientos, pensamientos y recuerdos por lo demás inaccesibles.

Este tipo de pacientes, sobre todo en fases iniciales del tratamiento, tienen un pie dentro (si acaso) y un pie fuera. Muchas veces actúan de manera opuesta al terapeuta o a los objetivos de la terapia. La lectura de la aparente resistencia del paciente negador como comunicación resulta mucho más útil y verdadera para la experiencia del paciente. Cuando se muestran reacios, indiferentes o controladores, transmiten sus miedos a la intimidad y a la dependencia. Y tienen motivos para comportarse así; en el contexto de su historia de apego, reconocer la necesidad de ayuda era una invitación al rechazo o a la humillante aceptación de la insuficiencia.

Por tanto, se enfrentan a dos díadas:

  • Por un lado, valorar su yo como fuerte y completo, y devaluar al otro como débil y dependiente.
  • Por otro, al sentirse ayudados, pueden valorar su yo como indefenso y vulnerable y al otro como desdeñoso, controlador o punitivo.

Debido a este modelo, el paciente tiende a sentirse enfadado y ansioso. Además, experimentar al terapeuta como alguien que puede y quiere ayudar, suscita una terrible tristeza en relación con otras figuras de apego que no supieron o no pudieron prestar ayuda.

Sobre todo cuando los pacientes negadores están más distanciados, necesitan el estímulo o el ánimo que les puede aportar la expresión afectiva sustancial de la subjetividad del terapeuta para estar presentes; en cambio, cuando los pacientes están más implicados y accesibles en el plano emocional, pueden necesitar que el terapeuta esté a su lado, por así decirlo, para ayudarles a sentir más profundamente y a comprender su experiencia.

 

 

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