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Miedo de Stefan Zweig: el miedo y la cura por la palabra.

Publicado el 03/02/2023
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Por Esther Blanco , última actualización el 03/02/2023
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Nuestra historia comienza en Viena, a mediados del siglo XIX. Freud se desplaza de su Alemania natal, siguiendo a su familia, comerciantes judíos dedicados a la venta de la lana. El mayor de 6 hermanos con escasos lazos religiosos aunque nunca renegó de su origen y cultura.

Matriculado en la Universidad de medicina sin mucha vocación, descubre la neurología y se apasiona por el conocimiento de aquellos “enfermos nerviosos” que ocuparon su gran pasión hasta el final de sus días.

Su juventud se desarrolla en una Viena finisecular puesta en cuestión, el viejo régimen burgués había fracasado. Viena fue por entonces un laboratorio en el que se abordaron nuevas ideas y nuevas experiencias.

Otto Wagner en arquitectura rompiendo con el estilo historicista, Karl Kraus dentro del periodismo: “Bienvenido sea el caos porque el orden ha fracasado”, nuestro Stefan Zweig, 25 años menor que Freud que insufló una nueva vida a la literatura vienesa y Otto Weininger con su obra “Sexo y carácter” donde ahonda en cuestiones sobre la biología, psicología y caracteriología; uno de los primeros filósofos en el estudio de la personalidad.

15 años tenía Stefan Zweig cuando Freud usa por primera vez el término Psicoanálisis.

Pero, ¿qué es el psicoanálisis?

Habíamos dejado a Freud en un descontento con su profesión médica pero entusiasmado con una forma de conocer a través de la neurología al ser humano. Rondaba 1885 cuando Freud se va a París con una beca para aprender con el entonces afamado neurólogo y profesor de anatomía patológica Jean-Martín Charcot. Charcot dirigía el asilo de la Salpetriere especializado en pacientes femeninas que padecían de enfermedad mental. Si Freud se acerca a Charcot es en la medida que éste último rechazaba el diagnóstico ortodoxo sobre la histeria. Por entonces, la Histeria suponía dos cosas:

-Irritación de los órganos reproductivos femeninos tratado con presión sobre los ovarios

-Fingimiento teatral

Histeria

“Une leçon clinique à la Salpêtrière” con Charcot a la cabeza, del pintor francés Pierre Aristide André Brouillet

¿Por qué es crucial para Freud el paso por la Salpetriere?

Charcot fue el primero en considerarlo una patología psíquica debida a los conflictos internos. Una suerte de movimientos psíquicos que pasaban inadvertidos. La neurobiología empezaba, de manos de Charcot y su fiel discípulo Freud, a rendirse ante una enfermedad más allá de lo físico.

Al llegar a Viena, Freud trató de demostrar el carácter histérico de muchas afecciones convirtiéndose así en “la bestia negra” de la Universidad de Viena.

El intento de modernidad de la nueva Viena no fue capaz a soportar la crítica que Freud hizo a la razón como método de acercamiento al ser humano (ya cuestionada por el filósofo prusiano Immanuel Kant, Shopenhauer o Nietzsche . A Freud le costó su muerte académica.

Freud rompe con la psiquiatría de su tiempo debido al novedoso enfoque sobre los síntomas histéricos hasta entonces abordados desde la supuesta lesión orgánica.

Para Freud ( ¿qué os parece si empezamos a pensar en Irene Wagner?):

“Ni siquiera el yo puede asegurar su soberanía. La mayor parte del pensamiento consciente no es otra cosa que disimulo, mera racionalización o desplazamiento de pensamientos y deseos de lo que preferimos ser inconscientes”.

Veamos quién es Irene Wagner:

“Irene lleva una vida acomodada y sin preocupaciones junto a su marido y sus dos hijos. Sin embargo, tras 8 años de matrimonio, los bailes, el teatro, la ópera y otras actividades sociales se le antojan predecibles y anodinas. Así, más por fantasía novelesca que por auténtico deseo, inicia una relación con un joven pianista”.

“Miedo”

“Miedo” fue escrita en 1913. Freud ya había escrito “La interpretación de los sueños”, había promovido el I Congreso Psicoanalítico y había tambaleado los cimientos de la moral europea de principios de Siglo XX.

Stefan Zweig manifestó por entonces en defensa de su ya amigo Freud:

“No se exige que el individuo sea moral, sino que lo parezca. Pueden perfectamente tolerarse muchas cosas, pero, eso sí, a condición de que no se hable de ellas.”

La puritana Viena, sometida servilmente al imperio del intelecto, tenía fisuras. A las puertas de la I  Guerra Mundial, Freud y Zweig hicieron zozobrar Viena. “Miedo” no se publica hasta 1920 terminada la contienda.

Pero volvamos a la Irene que habíamos dejado atrás.

“Se había entregado a un muchacho “sin necesitarlo ni desearlo verdaderamente, tal vez por pereza o por una especie de curiosidad. Nada en ella, ni el ardor de la sangre, apaciguado por una feliz vida conyugal, ni la necesidad tan común en las mujeres de buscar satisfacción para sus intereses espirituales, la habían impulsado a buscarse un amante, era absolutamente feliz al lado de su esposo.”

“Irene sintió que aquel engañoso bienestar de algún modo la alejaba de la vida real”

 Entonces:¿qué mueve a Irene?

Hoy podemos acceder a motivaciones variadas para explicarnos el comportamiento de Irene, cada una de nosotras puede hacer diversas especulaciones. Pero, si fuésemos señoras en la Viena de 1920: ¿qué diríamos?, ¿nos escandalizaríamos? ¿buscaríamos una explicación médica?, ¿fisiológica?, ¿neurológica?

¿Era Irene una histérica? ¡Cómo se atreve a romper con la moral que supone el matrimonio!

Si aún resistís un poco más mi discurso, seguiré…

Miedo es un síntoma, angustia representa mejor lo que sentía Irene. Menudo síntoma que a todas nos ha arrastrado a través de las páginas del libro.

Irene había cedido a un deseo mayor que ningún otro. Un deseo que viene de no se sabe cuándo, un sentimiento embriagador para una mujer inferior a su hombre intelectualmente, una madre sin gusto por la familia:

“Él, un verdadero artista, valorase mis opiniones como si fuesen las de una experta….No dejó de halagarla; por eso, cuando pocas semanas más tarde le propuso tocar para ella y solo para ella su última obra…no dudó un instante en aceptar la invitación”.

Irene había cedido a sus deseos más profundos, a la emoción de sentirse ALGUIEN ESPECIAL. Y no es que no lo fuese, es que no lo sentía. Nuestro pianista había conquistado los deseos y las necesidades más profundamente enraizadas de la “necesitada” Irene.

 

Sin darnos cuenta y como Freud quizás hubiese dicho y no sé si lo hizo a su amigo Zweig:

 

Has retratado a la perfección al YO.

 

 

Unos minutos más para presentar las tres instancias YO, ELLO y al SUPERYO.

Pero, ¿qué eso? ¿no es muy antiguo? Está de plena actualidad, y aquello que significa una psicoterapia. Cada paciente siente su “Miedo”, y la psicoterapia reordena cada historia para encontrar la salud.

Si Freud fue un hombre que hizo estallar por entonces los estrictos corsés del puritanismo con unas ideas consideradas poco menos que sacrílegas, Stefan Zweig nos presenta a Irene como la representante de la fractura de la moral, de las normas sociales y del orden esperado atendiendo a emociones que no corresponden con su realidad. El pianista tocó la tecla de la validación, de su más escondido secreto, su mayor vulnerabilidad. Y aparece el MIEDO y la ANGUSTIA.

Ni por culpa, ni por amor sufre Irene. Siente la angustia de ver desaparecer su IDENTIDAD, su vida tal y como ella la entiende.

Su MIEDO viene de la mano de una cruel mujer representante de la VERDAD, un recordatorio de la moral, de lo mal hecho, de una pérdida irrecuperable: su cómoda vida burguesa.

“Miedo” representa lo que Freud llamaría conflicto neurótico. A saber:

ELLO: Instancia que puede entenderse como una fuente de energía psíquica inconsciente que lucha todo el tiempo por satisfacer impulsos básicos de supervisión, reproducción, agresividad, razón por la cual se rige por el principio del placer, esto es, el principio que persigue una gratificación inmediata.

Encarnado en el pianista, en el amante anodino que poco aporta más allá de ofrecerle a Irene un placer inmediato cristalizado en valoración, validación y alimento de su ego.

SUPERYO: Instancia fundamental de la personalidad. Su función es comparable a la de un juez o censor con respecto a la actividad del YO. El niño interioriza los códigos y roles normativos que determinarán sus actitudes y motivaciones posteriores, aprendizaje que se desarrolla en etapas tempranas como consecuencia del temor al castigo y la necesidad de afecto.

Miedo tiene su propio censor, una cruel mujer chantajista que persigue a Irene instándola a ser consciente de lo que ha hecho y de lo que puede perder. Una representante de la MORAL de la época.

YO: Instancia psíquica actuante que aparece como mediadora entre las otras dos. Intenta conciliar las exigencias normativas y punitivas del superyo así como las demandas de la realidad con los intereses del ello por satisfacer deseos inconscientes. Está a cargo de desarrollar mecanismos que permitan la obtención del mayor placer posible, pero dentro de los límites que la realidad imponga.

YO representa el polo defensivo de la personalidad, pues es el que pone en marcha una serie de mecanismos de defensa motivados por la percepción de un afecto displacentero.

Y mira que Irene lo intentó. Usó un mecanismo de defensa muy de moda en nuestros días. Irene bien podría ser una mujer del 2022. Irene intenta la reconciliación entre el ELLO y el SUPERYO y lo hace con un intento burdo de JUSTIFICACIÓN: “Trató de justificarse y lo logró de algún modo convenciéndose a sí misma de que aquella había sido la primera oportunidad que había tenido para enfrentarse al mundo burgués en el que vivía y lo había hecho por iniciativa propia o al menos, eso quiso creer”.

 

Irene lo tenía todo. ELLO-YO-SUPERYO convivían en aparente armonía. Todo marchaba a la perfección:

“No había tenido que renunciar a nada, simplemente había añadido a su vida un elemento más. Tener un amante no supuso, de entrada, ningún cambio en el mecanismo que regulaba su existencia, al contrario, vino a ampliar aún más su felicidad”

El YO era libre por fin. Irene que “había sido una bailarina bastante mediocre, demasiado comedida, demasiado calculadora, demasiado rígida y cautelosa en cada uno de sus movimientos…el corsé de pudor y respeto que normalmente ceñía su indómita pasión dándole forma, templándola, se rasgó de arriba abajo”.

Y llegó la enfermedad, la neurosis, el miedo. Irene “se sentía enferma”, “deseaba que ese mal saliera al exterior y se hiciese visible, que se convirtiera en una dolencia tangible, con un diagnóstico clínico que despertara la compasión y la misericordia de la gente”.

Pero Irene solo enfermó de miedo, un miedo cada vez más invasivo. La muerte misma se le antoja una opción. Cualquier cosa menos sufrir. La disociación más patológica se cierne sobre ella. La emoción es tan intensa que pasa a un nirvana, el no sentir del suicida que ya no pertenece a este mundo:

“Todo era como un sueño. Veía las monedas, pero le costaba reconocerlas y, aunque no era su intención, le llevó bastante tiempo contar las que necesitaba para pagar.

El final

El YO fragmentado a punto de sucumbir. La muerte como final a una emoción insoportable. La disociación operando como anestésico final.

La cura por la palabra

Freud fue un genio y Zweig lo ejemplificó. Fue capaz de sospechar sobre un mundo emocional que se mueve “bajo nuestros pies”, operando por debajo de “nuestra consciencia”. Nosotros, los seres racionales, capaces de explicarlo todo mediante el pensamiento, teniendo que aceptar la idea de la emoción ingobernable. Toda una tradición filosófica echada por tierra.

Freud supo, por primera vez, que el sujeto atormentado debía ser curado con aquella técnica conocida como Psicoanálisis: “Provocar que las emociones e ideas reprimidas se expresen, se manifiesten, de modo que el paciente quede liberado de ellas”

El marido de Irene no tiene nombre. Su nombre es Psicoanálisis. Esa técnica que fascinó a Stefan Zweig y que las Guerras mundiales partieron en mil trozos aún hoy sin reconstruir:

Psicoanálisis es el diálogo que sostienen Irene y su marido sobre su hija:

“No debes dejarte engañar por las lágrimas: ahora han aflorado pero hace tiempo que las derramaba por dentro, y créeme cuando te digo que las lágrimas hacen mucho más daño dentro que fuera.

Psicoanálisis es su última intervención frente a Irene:

Irene, dijo mientras la abrazaba, ¿por qué lloras ahora? Ya….ha pasado ¿Por qué sigues atormentándote…? Ya no tienes por qué sentir miedo…No volverá jamás, jamás.

 

-E IRENE SE CURÓ-

 

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