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No saber lo que se siente. La alexitimia: Los trastornos somáticos, de alimentación y las adicciones.

Publicado el 03/12/2015
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Por Esther Blanco , última actualización el 10/07/2019
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Todos en algún momento hemos sentido angustia, tensión, duda, confusión, tristeza, alegría, miedo, sorpresa,… Los seres humanos necesitamos expresar nuestras emociones (alegría, tristeza, enfado, hostilidad) y lo hacemos en estrecha vinculación con el contenido considerado culturalmente adecuado. Además de actores sociales, somos participantes culturales, y las normas y los valores legitimados en nuestro universo cultural de pertenencia (real o asumida) actúan como criterios de referencia permanentes. Sólo cuando los procesos de inhibición alcanzan una intensidad extrema e impiden la gratificación, la adaptación y la integración con los propios valores, es posible suponer que van a generar no sólo malestar subjetivo sino también alteraciones psicopatológicas severas (Castilla del Pino en Teoría de los sentimientos, 2001)

La alexitimia se refiere a un estilo cognitivo caracterizado por la dificultad para verbalizar estados afectivos y diferenciarlos de sensaciones corporales, falta de capacidad introspectiva, tendencia al conformismo social y a las conductas de acción frente a situaciones conflictivas (Sivak y Wiater, 1997).

En la Conferencia Europea de Investigaciones Psicosomáticas de Heildeberg en 1976, es aceptada la alexitimia como constructo especialmente aplicado a la psicosomática, y a partir de ahí el término se utilizó para referirse a un constructo multidimensional de la personalidad (Nemiah et al. 1976) caracterizado básicamente por:

– Dificultad para identificar y describir sentimientos.

– Dificultad para distinguir entre sentimientos y sensaciones corporales de la activación emocional.

– Procesos imaginarios constreñidos evidenciados por una pobreza de fantasías.

– Un estilo cognitivo orientado externamente (Nemiah et al. 1976).

Según Bodni (1991), la alexitimia consiste en una especie de dislexia de los afectos y no se trataría de que el sujeto no sienta o no tenga afectos, sino de que, pese a su intensidad, no discrimina matices.

El concepto de alexitimia (del griego a: “falta”; lexis: “palabra”; thymos: “afecto”), fue introducido por Sifneos (1973) para describir un grupo de síntomas observados en pacientes con enfermedades psicosomáticas. De acuerdo con Sifneos (1973), este término significa literalmente ausencia de palabras para expresar las emociones; y denota una dificultad en identificar y describir emociones, así como una vida de fantasía interna empobrecida.

La aparición del constructo alexitimia fue consecuencia de observaciones clínicas realizadas inicialmente sobre pacientes con alguna de las siete enfermedades psicosomáticas clásicas. Para algunos teóricos del psicoanálisis como F. Alexander o F. Dunbar, cuando los conflictos no pueden ser expresados verbalmente, se expresan a través del canal somático.

Ruesch describe un tipo de personalidad psicosomática que llamó «Personalidad Infantil». Estos  sujetos, con una detención en el desarrollo, tienen dificultades para las relaciones interpersonales, para la expresión verbal y simbólica de los conflictos y para la integración de experiencias, por lo que se exponen repetidamente a situaciones de frustración que no saben manejar. La consecuencia de la insuficiencia en sus capacidades es la restricción de la fantasía, la dependencia objetal, una conducta social hiperadaptada y la tendencia a canalizar las tensiones por vía de los síntomas somáticos.

McLean, apoyándose en un modelo anatómico afirma que las emociones, en vez de transmitirse al neocórtex, donde encontrarían una expresión simbólica mediada por las palabras, se descargan directamente a través del sistema nervioso autónomo traduciéndose en un tipo de «lenguaje de órganos».

A principios de los años cincuenta, Horney  informa de sus experiencias con un tipo de pacientes propensos a desarrollar síntomas psicosomáticos, que son difíciles de abordar psicoanalíticamente por su falta de conciencia emocional, escasez de experiencias internas, incapacidad de soñar, pensamiento concreto y estilo de vida de cara al exterior.

Una década más tarde, los psicoanalistas franceses P. Marty y M. de M’Uzan observan estos mismos aspectos e introducen el término pensamiento operatorio para designar un estilo de funcionamiento mental, común en los pacientes psicosomáticos, que se caracteriza por traducir la realidad de un modo utilitarista, estereotipado, concreto, sin fantasía y afectivamente pobre. Describen una estructura psicosomática de la personalidad donde el síntoma no tiene significado simbólico y es el resultado de un déficit en los procesos de mentalización.

Krystal (1979) califica los rasgos que caracterizan la alexitimia en esenciales y accesorios.

  • Rasgos esenciales: (1) Pensamiento simbólico reducido o ausente; (2) Limitada capacidad para fantasear; y (3) Dificultad para expresar sus propios sentimientos con palabras
  • Rasgos accesorios: (1) Alto grado de conformismo social; (2) Relaciones interpersonales estereotipadas; (3) Impulsividad como expresión de conflictos; (4) Personalidad inmadura; y (5) Resistencia a la psicoterapia tradicional.

La regulación de las emociones incluye los sistemas neurofisiológico, motor-expresivo y cognitivo-experiencial (conciencia subjetiva y verbalización de los estados emocionales), mientras que las relaciones sociales pueden actuar como fuente de apoyo o estrés, influyendo también en la regulación de las emociones.

Cabe destacar que las personas con alextimia manifiestan una gran dificultad para reconocer estados emocionales que están sucediendo. La mayoría pueden tener una sensación de incomodidad, de que algo ocurre a nivel somático (, tensión muscular, rubor, cosquilleo en el estómago, etc.), pero cuando si se le pide que explique sus sentimientos, la persona no tiene palabras.

La regulación emocional es un aspecto del proceso afectivo que tiene importantes implicaciones para la psicopatología; de hecho, existe evidencia de que la psicopatología estaría relacionada con la habilidad de regular los afectos, y que esta habilidad a su vez dependería de la capacidad de un sujeto de diferenciar las emociones que posee (Silva, 2005), por lo que cabe esperar que la alexitimia, en tanto déficit en la regulación emocional, tenga una correlación importante con diversos trastornos. Así, se ha comprobado que la alexitimia aparece en diferentes patologías, especialmente psicosomáticas, toxicomanías y trastornos de la alimentación. Además, existen investigaciones en las que se han descrito características alexitímicas en pacientes con un amplio rango de psicopatologías (Otero, 1999): pacientes con adicciones, depresión, trastorno de pánico. Por lo que respecta a la relación entre alexitimia y trastornos de personalidad, a pesar de que hay numerosos trabajos en los que se menciona la alexitimia, como característica presentes, son  escasos los trabajos en los que se estudia su relación.

Con la búsqueda de recursos para abordar este tipo de problema, me encontré con que Fonagy colaboradores, afirman que “los individuos que tienen una pobre percepción de su mente y de los otros, no es probable que se beneficien de las terapias tradicionales (particularmente las orientadas al insight), ya que tienen visiones esquemáticas, rígidas y en ocasiones extremas que los hacen vulnerables a poderosas tormentas emocionales…” (p.34).

El retraimiento afectivo de estos individuos, su incapacidad para identificar, nombrar y expresar emociones claras y diferenciadas, en ellos y en los demás, hablan, de acuerdo con los postulados de Fonagy, de problemas importantes en su capacidad de mentalizar. El modelo desarrollado por este autor propone que una postura mentalizadora permite al individuo ir captando poco a poco la existencia de un mundo interno de representaciones, separado y cualitativamente diferente, de la realidad externa.  Con esto, la mentalización (Allen, 2008) es poder entender la conducta de uno mismo y los demás en función de estados mentales como pensamientos y sentimientos. Es decir, la capacidad de mentalizar es necesaria para que seamos capaces de comprender el comportamiento propio y ajeno en términos de estados mentales, regular nuestras emociones y establecer relaciones interpersonales satisfactorias.

En lo que hace a la “afectividad mentalizada”, Fonagy et al. (2002) la consideran como una forma sofisticada de la regulación emocional, que implica que los afectos son  experimentados a través de los lentes de la autorreflexividad, de modo tal que se hace posible comprender el significado subjetivo de los propios estados afectivos.

Con estos pacientes la interpretación en el sentido clásico, dice Fonagy (Fonagy y Target, 2002), no tiene lugar en las primeras etapas del trabajo y el enfoque técnico deja de ser hacer consciente lo inconsciente, ya que, cuando predomina el modo de equivalencia psíquica, el camino para compartir la realidad psíquica, el pensamiento simbólico, está bloqueado. El terapeuta debe ayudar al paciente a entender y nombrar los estados emocionales, tratando de estimular una narrativa emocionalmente significativa, con el fin de fortalecer el sistema representacional secundario.

En términos de actividad cerebral, se crea una situación paradójica (Fonagy y Bateman, 2006) que explica el mecanismo de cambio: la activación simultánea de dos sistemas que en condiciones normales son mutuamente inhibitorios: el sistema de apego y la necesidad de experimentar y confrontar afectos negativos, objetivo de las técnicas psicoterapéuticas de este modelo.

Una intervención se considera mentalizadora cuando:

  • va dirigida a que el paciente se encuentre en la mente del terapeuta; es simple y corta y centrada en los afectos;
  • está enfocada en la mente, no en la conducta, del paciente;
  • dirigida a identificar diferentes perspectivas de ver las cosas y
  • relacionada con eventos actuales y contenidos conscientes más que inconscientes.

Lo que diferencia este enfoque de otros, que buscan aplicar la cognición para  modificar la experiencia afectiva, es que en la mentalización de la afectividad el sujeto  permanece en contacto con dicha experiencia. Tal como puede reconocerlo toda persona  implicada en la psicoterapia, hay una profunda diferencia entre la autocomprensión  abstracta y el insight mediado por la experiencia afectiva viva. A través de la mentalización de la vida emocional es posible lograr una comprensión  más profunda de la propia experiencia afectiva y advertir nuevos significados en los afectos,  o diferenciar los diversos componentes de un estado emocional complejo.

Las respuestas que hablan de una buena capacidad de mentalizar implican:

  • la capacidad de reconocer que no se puede saber lo que los otros están pensando y un interés genuino en explorar sus mentes y descubrir cosas;
  • admitir que existen diferentes perspectivas, saber que se puede cambiar de opinión y una sensación de que es posible predecir y aceptar las reacciones de los demás al conocer lo que piensan y sienten;
  • reconocer que uno se equivoca y que las ideas y sentimientos propios pueden ser confusos e incompatibles;
  • reconocer el impacto que tienen los afectos; estar consciente de que con el desarrollo se profundiza la visión que se tiene de uno mismo y de los demás y
  • la sensación de tener una continuidad autobiográfica y una vida interna rica.

En definitiva, desde el enfoque de la mentalización y de la terapia basada en ella, lo esencial no consiste en un conjunto de técnicas, sino en la adopción de una actitud mentalizadora por parte del terapeuta y en la prosecución del  objetivo consistente en propiciar la puesta en marcha de las capacidades de la mentalización inhibidas y en estimular la desactivación de los modos prementalizados de experimentar el mundo interno.

 

Álvarez, C. G. La personalidad esquizoide y la Terapia basada en la Mentalización.

Castelli, G. L. (2013). La Mentalización de la afectividad, sus perturbaciones y su abordaje clínico.

Castilla del Pino, C. (2001). Teoría de los sentimientos. Barcelona: Tusquests Editores.

Espina, A. (2000). Alexitimia y duelo crónico:¿ Factores de riesgo del consumo de drogas. Clínica y Análisis grupal83(22), 115-130.

Espina Eizaguirre, A., Ortego Sáenz de Cabezón, M. A., Ochoa de Alda Martínez de Apellaniz, I., & Alemán Méndez, A. (2001). Alexitimia, familia y trastornos alimentarios.

Espina, E. A., Ortega, S. C. M. A., Ochoa, A. M. I., & Aleman, A. (2002). Alexitimia en los trastornos alimentarios. Analisis y Modificacion de Conducta28(117), 25-42.

Espina Eizaguirre, A. E. (2002). Alexitimia y relaciones de pareja. Psicothema14(4), 760-764.

Krystal, H. (1979). Alexithymia and psychotherapy. American Journal of Psychotherapy, 33, 17-31.

Nemiah J.C., Freyberger, H., Sifneos, P.E. (1996). Alexithymia: a view of the psychosomatic process. In Hill O.W., Modern Trends in Psychosomatic Medicine (pp 430-439), vol 3. London: Butterworths, 123

Yaben, S. Y., & Montalvo, J. F. (1994). Alexitimia: concepto, evaluación y tratamiento. Psicothema6(3), 357-366.

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