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Psicología infantil

La negociación con nuestro hijo

Publicado el 05/06/2018.
Por Esther Blanco , última actualización el 31/10/2019
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  1. Comenzar siempre por algo positivo (si es posible). Esto facilita la receptividad del otro y su posible buscada cooperación. Todos tenemos dificultades de encajar las críticas; comenzar una negociación criticando puede suscitar en el otro conductas de defensa y de contraataque, distanciándonos del objetivo de llegar a una solución pactada.
    Padre: “Vamos a hablar. Debes reconocer que eres un chico de mentira fácil. Siempre nos estás engañando…”
    Hijo: “Ya estamos como siempre. ¿Y tú?, ¿Cuándo cumples tus promesas?”
    Puede ser más efectivo iniciar la conversación:
    Padre: “Ya sé que has estado trabajando mucho esta semana, me he dado cuenta, pero no me gusta que me mientas diciéndome que ya has terminado tus tareas para salir este fin de semana”
    La crítica que podamos introducir, si va precedida de algún aspecto positivo, es mejor aceptada.
  2. Ser específico. El objeto de discusión, el problema que queremos abordar, debe ser descrito con claridad, evitando las ambigüedades. Que se sepa de qué se está hablando, al establecer una comunicación clara y precisa.
    Del mismo modo, deben evitarse los términos provocativos o dicotómicos: “Eres cualquier cosa”, “Siempre te comportas…”, “Nunca me…”, que nos alejan de los objetivos de la negociación.
    También deben evitarse las inferencias o interpretaciones de la conducta del otro, siendo importante hablar sólo de lo que pueda observarse (“Me dices eso porque en el fondo piensas que…).
  3. Discutir sólo un problema a la vez. Hay que evitar ir introduciendo en el debate otros problemas que complican el proceso de negociación.
  4. Expresar tus sentimientos. Una buena comunicación entre personas, con el fin de abordar un problema y resolverlo, implica compartir sentimientos y admitir con claridad cuál es la conducta del otro que los motiva.
  5. Admitir tu papel en el problema que se discute. Aceptar la posible responsabilidad que uno pueda tener en el conflicto existente.
  6. Ser breve en la definición del problema que motiva la disputa. Evitar las excesivas referencias al pasado, las anécdotas, el preguntarse reiteradamente el porqué de las mismas, etc.
  7. Centrarse en buscar soluciones. Definido el problema y en las condiciones anteriormente expuestas, hay que dedicar tanto o más tiempo a preguntarse si tiene solución el conflicto, y cuáles serían, de todas las alternativas, la más beneficiosa para todas las partes. En muchas negociaciones o disputas no se llega siquiera a plantear este paso.
  8. Ofrecer ayuda en el proceso de cambio de la conducta del otro y mostrar disposición a la reciprocidad (“Si tú te sacrificas en esto, yo lo haré en aquello”. La cooperación y el compromiso de una de las partes estarán en función de los niveles de ayuda y compromiso de la otra parte.
  9. Cuando se han puesto sobre la mesa una serie de soluciones, se deben analizar las ventajas y desventajas de la solución propuesta.
  10. Los acuerdos de cambio deberán ser muy específicos y estar formulados de un modo claro. Es importante, además, que se constate cuándo se espera que ocurran dichos cambios y con qué frecuencia. La ambigüedad comporta el riesgo de malas interpretaciones y de que los acuerdos no se cumplan.

Bibliografía:

  • Cantón Duarte, J. y Cortés Arboleda, M. R. (2008). El apego del niño a sus cuidadores. Madrid: Alianza Editorial.
  • Palacios, J., Marchesi, A. y Coll, C. (2008). Desarrollo psicológico y educación. 1. Psicología evolutiva. Madrid: Alianza Editorial.
  • Kernberg, P., S. Weiner, A. y K. Bardenstein, K. (2000). Trastornos de personalidad en niños y adolescentes. México: El Manual Moderno.
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