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Hay una percepción esencial de diferencia alienante con respecto al resto de personas, una sensación de no pertenencia y, por tanto, una anticipación de rechazo por parte del otro. El paciente suele responder ocultándose de los demás y tratando de no destacar demasiado para esquivar los focos, ya que se siente lejos de las otras personas e incapaz de compartir referencias y significados. El resultado es una subjetividad no reconocida socialmente y autodespectiva.
En este estado cumple un rol más importante el temor al juicio negativo y la incomodidad que la alienación. El rechazo se vive de forma humillante y se anticipa con gran probabilidad, lo cual constituye una excusa más que suficiente para retirarse y no arriesgar. Es un estado similar al que se produce en la fobia social, aunque en el caso del evitativo la dificultad es mayor al haber problemas de base relacionados con la sensación de pertenencia y compartimiento; en la fobia social el problema está solamente en el miedo al fracaso.
Cuando inevitablemente el paciente ha de afrontar una situación social, la activación emocional es tan fuerte que la única solución es la evitación activa: se rehúye la mirada del otro (percibida como hostil y penetrante), y una vez que se confirma este miedo, el escape está justificado. Hay una perspectiva egocentrada: el evitativo cree que los demás pueden ver sus profundos defectos y juzgarlo por ellos.
Este déficit a la hora de leer la mente de los demás a partir de su conducta se traduce en una atención selectiva hacia aquellos gestos que denotan burla o rechazo. Hay un sentimiento de cierta seguridad al poder prever esto y ahorrarse situaciones humillantes, pero al precio de ignorar señales que indican aprecio o cercanía genuina por parte de los demás. Este estado corre el riesgo de poner en marcha una profecía autocumplida, donde el paciente se recluye de la vida social y los demás pierden finalmente el interés en él, confirmando su idea de que realmente nunca se le tuvo en cuenta.
En las pocas relaciones significativas del evitativo, es frecuente que emerja un sentimiento de constricción y coacción a la cercanía. La negociación de diferencias, las costumbres compartidas y las normas de convivencia se tornan difíciles de manejar, por lo que la persona evitativa tenderá a no mostrar desacuerdos para no ser rechazada, generando un resentimiento de fondo: los lazos se convierten en cadenas. No obstante, es poco probable que el resentimiento se comunique de forma directa y suele tomar un cariz más pasivo-agresivo.
Cuando la terapia está en una fase avanzada, puede aparecer un estado de autoexaltación con indiferencia hacia la evaluación de los demás. El paciente se encuentra en el polo opuesto al que estaba habitando, por fin seguro de sí mismo, grandioso, un tanto arrogante. Sin embargo, sigue prevaleciendo el sentimiento de no pertenencia al grupo y de distancia hacia los demás, solo que esta vez desde una perspectiva similar a la del narcisista.
El paciente evitativo tiende a buscar reductos tranquilos y aislados donde disfrutar de hobbies por su cuenta. A corto plazo, hacen olvidar las dificultades de relación con los demás y son gratificantes; pero de una forma cada vez más consciente, la persona percibe que está utilizando pretextos para no encarar situaciones sociales y recuerda con dolor su sensación de estar fuera del sistema de relaciones de los demás por su propia inadecuación.
En algunas ocasiones, se puede apreciar un poso de aparente indiferencia en las interacciones del paciente evitativo. Sin embargo, esto no se debe tanto a una falta de interés como a una dificultad para representarse tanto la mente ajena como la propia durante el desarrollo de la relación. El interlocutor percibe a menudo esa incomodidad y se frustra al no poder permear esa barrera de cristal que hay entre ambos. Sin embargo, la percepción egocentrada del evitativo atribuye esta incomodidad a taras inmodificables internas y termina distanciándose para evitar el temido y anticipado rechazo. A su vez, el aislamiento y la falta de experiencias interpersonales atrofian las habilidades sociales, reforzando la brecha y la sensación de estar fuera de las conversaciones.
El profundo sentimiento de inadecuación que albergan las personas evitativas suele guardar relación con episodios de la infancia en los que se han producido humillaciones o rechazos, sin posteriormente haberles explicado por qué ha sucedido tal cosa ni reflejar o contextualizar el sentimiento de vergüenza. Al no haber indicadores fiables de qué conductas pueden generar qué reacciones en los demás, el evitativo oscila entre el miedo al rechazo y el miedo a la soledad, acudiendo a las interacciones con el freno de mano puesto.
En algunas ocasiones, hay intentos furtivos que rápidamente boicotean (p.e., llamar a alguien para tener una cita y colgar el teléfono en cuanto responde) y tienen como consecuencia un sentimiento de vacío y soledad muy doloroso. Siente que nunca inicia nada, que vive fuera de la vida de todos, observando temerosamente y sin atreverse a participar.
A pesar del deseo de cercanía, cuando finalmente aparecen otras personas en la vida de la persona evitativa, esto se vive como una intrusión de la que debe protegerse. El sentimiento que emerge en estas situaciones es una rabia derivada de la coerción que tampoco se permite expresar, por lo que se queda en una zona intermedia donde ni se implica ni se aleja, dando como resultado relaciones altamente insatisfactorias para ambos integrantes.
