¿Qué sucede tras la muerte de un hijo?¿Qué es un duelo?
La persona que se encuentra en una situación de duelo presenta síntomas en diferentes niveles:
Conductuales: aislamiento social, enlentecimiento motor, agresividad, descenso del número de actividades cotidianas….
Cognitivas-emocionales: tristeza, culpa, rabia, rumiaciones, obsesiones…
Fisiológicas: trastornos del sueño, pérdida de apetito, dolores de cabeza, tensión muscular….
Estas reacciones dependen principalmente de las características de cada sujeto, es decir, de su personalidad. Es esta personalidad la que determinará si la reacción ante la pérdida de un ser querido adquirirá o no un carácter patológico que puede llevar a sufrir de forma disfuncional esta pérdida durante años. Por ello, si al cabo de un tiempo persisten los síntomas arriba mencionados, es conveniente consultar a un psicólogo que sea capaz de realizar un estudio/diagnóstico de la personalidad de la persona en duelo. Hoy en día existen técnicas muy precisas y fiables para el estudio de la personalidad. Este estudio psicométrico indicará la forma con la que la persona construye los vínculos con los demás incluyendo el construido con el niño fallecido. Así por ejemplo, una persona que tenga un rasgo dependiente alto en su personalidad tiende a construir las relaciones con los demás de una manera más férrea que una persona con un rasgo antisocial alto en su personalidad. El proceso de duelo será en ambos casos muy distinto.
Es la personalidad la que determina cuánto y cómo van a mantenerse los síntomas ante la pérdida de un ser querido. Evidentemente no todos reaccionamos igual y eso depende de nuestra personalidad que, en parte, es el resultado del tipo de vínculos que hayamos aprendido en la infancia, es decir, de forma individual nuestros vínculos tempranos son determinantes a la hora de cómo afrontar la pérdida de un ser querido.
Nuestro cerebro aloja biológicamente a nuestra personalidad y ante un acontecimiento emocionalmente tan intenso como la la pérdida de un hijo tiende a disociar, es decir, a no aceptar inicialmente la pérdida separando la intensa emoción del pensamiento racional.
¿Hay que quitar las cosas de la habitación del niño fallecido rápido? ¿O convertirla en un santuario?
Debido a la intensidad de la emoción, inicialmente la persona que sufre no es capaz de integrar/asimilar la emoción de la triste realidad y así aceptar la pérdida, de ahí que al inicio de la pérdida ésta no se acepte. Al no ser aceptada, es fácil tender a convertir la habitación del hijo fallecido en un santuario donde todo a de quedarse en el mismo lugar a cómo fue dejado, incluso en ocasiones con la sensación de vuelta del ser querido. Pareciese que un día el hijo podría volver y debiera encontrarse su cuarto de la misma forma.
La emoción es tan intensa que supone un alivio para los padres no asumir aún el fallecimiento “congelando” el tiempo para esperar el regreso. La habitación hecha santuario indica que los padres aún no han sido capaces a enfrentarse al horrible suceso.
De la misma forma que unos padres pueden “para el tiempo” alrededor de la habitación de un hijo, en otras ocasiones, la tendencia puede ser la opuesta, es decir, afanarse por hacer desaparecer todo rastro de que en aquel cuarto un día hubo un hijo. Los padres pueden tener el deseo de borrar las huellas con el propósito de hacer desaparecer el dolor.
En ambos casos, tras el fallecimiento de un hijo, tanto hacer un santuario de la habitación del hijo como afanarse en recoger los objetos que causan dolor supone una forma de respuesta al sufrimiento inadecuada, pero comprensible dada la imposibilidad de asimilar el dolor.
No existe un momento clave, ni una norma común que rija el proceder. Sin duda dependerá de la capacidad de aceptación del dolor y de la capacidad o no de aceptación de la persona (de su personalidad y por tanto de su tendencia disociativa) y del momento cognitivo-emocional en el que se encuentre la persona en duelo que puede no coincidir con el momento cronológico respecto al momento del fallecimiento del niño. Es decir, solo cuando una persona deja de negar la pérdida y asume emocionalmente el dolor que representa, es el momento de acercarse a objetos relacionados con el hijo fallecido. Este momento llegará cuando la emoción sea aceptada y de menor intensidad por el paso del tiempo.
Entendemos que un duelo es complicado o no superado cuando la emoción aún no ha podido ser integrada, aceptada y superada, dejando paso a emociones nuevas. Un duelo no finaliza si las tendencias disociativas son altas, esto es, si las características de personalidad de un individuo no le permiten integrar las emociones, poder ser sentidas, vivenciarlas con menor dolor con le paso del tiempo. Un duelo no finaliza si la razón aún sigue tomando el mando de nuestro cerebro y la persona sigue buscando un por qué, el santuario no puede empezar a ser disuelto, o en una familia se es incapaz no solo de acercarse a los objetos de la persona fallecida, sino que en ocasiones ni tan siquiera una conversación es posible.
¿Se debe hablar con naturalidad de él o mejor no sacar la conversación en casa?
El mecanismo disociativo de la personalidad es en sí una evitación cognitiva: separo/evito mis emociones de mi lógica (raciocinio) para no sentirme mal. Es decir, hablar con naturalidad de él favorece que las emociones puedan sentirse y dejar que el dolor nos invada para poder con el paso del tiempo, sentir ese dolor en menor intensidad de tal forma que nos permita poder convivir con él.
Sentir el dolor nos salvará de él, puesto que nos permite sentirlo, asumirlo y superarlo. Cuando no disociamos la razón de la emoción, es decir, cuando dejamos de razonar el por qué ocurrió, lo que podríamos haber hecho, el pretender mantenerlo vivo, y sentimos el dolor, llegará la aceptación e integración de lo ocurrido. En el proceso de aceptación están implicadas estructuras cerebrales tan importantes como el sistema límbico (nuestras emociones) y la corteza prefrontal (nuestra razón)
¿Cómo afecta la pérdida de un hijo a la pareja? ¿Les une? ¿Les separa?
La pareja se apoya básicamente en tres pilares fundamentales: la intimidad, el compromiso y la pasión. Si estos tres pilares estaban bien construidos antes del fallecimiento del niño ayudarán a superar ya a aceptar la pérdida e incluso esta superación les podrá unir más. Desgraciadamente estos tres pilares en muchas ocasiones no están bien construidos por lo que el enorme peso que conlleva la pérdida de un hijo no es soportado por la estructura de la pareja llevando incluso a la separación. Ante un hecho tan dramático como la pérdida de un hijo recomendamos que la pareja se haga un estudio de su estabilidad como pareja y de sus personalidades. Esto servirá como predictor de cómo les va a afectar la pérdida y de si les va a unir o separar.
¿Qué atenciones o cuidados hay que tener con el resto de hermanos?
Dependiendo del momento evolutivo en el que los hermanos se encuentren habrá que actuar de una manera u otra:
¿Cómo se puede volver a la «normalidad» y rutina de la vida diaria?
La pérdida de un hijo es un proceso muy doloroso y difícil de aceptar. Este proceso puede precisar incluso de varios años. Si la personalidad previa posee unos rasgos integrados y estables el proceso será difícil pero natural y nos conducirá de nuevo a la normalidad. Si esto no es así la persona desarrollará síntomas depresivos y ansiosos que se mantendrán en el tiempo y es entonces cuando recomendamos la consulta a un especialista en psicología que pueda estudiar y diagnosticar la personalidad premórbida explicando así el por qué de estos síntomas depresivos o ansiosos que impiden el desarrollo normal del proceso de duelo.
Andrés Calvo y Esther Blanco