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Responsabilidad frente al tratamiento del suicidio en los medios

Publicado el 16/11/2023
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Por Esther Blanco , última actualización el 16/11/2023
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Que las emociones ocupan un lugar preponderante frente a la razón es de nuevo una realidad.

La estadística, los números pareciesen que no aportan demasiado frente a argumentos del orden de lo emocional plagado de subjetividades que venimos arrastrando desde hace un tiempo.

La pandemia colocó la enfermedad mental en el foco de atención. Se vivió una situación de gran incertidumbre que generó miedo en la población. A la muerte por covid se unieron toda una serie de factores que alarmaron a la población. Como una corriente imparable a la que se sumaron intervenciones psicológicas y teléfonos de ayuda psicológica sin una cuidada reflexión de qué estaba ocurriendo, sobre qué asuntos del orden de lo psicológico habría que intervenir y si esas intervenciones iban a tener continuidad en el tiempo.

Lo psicológico siempre al punto de dar solución a la emoción. La sensación siempre acaba siendo la de urgencia, prisa, desconcierto, alarma e inseguridad. Las intervenciones psicológicas parecieran imprescindibles. La prensa se contagia de un mundo emocional y a la vez contagia.

Hoy parece que la estadística viene a dar algo de orden y concierto a la alarma social que se nos presenta.

Si en términos de salud mental algo bueno nos trajo la pandemia fue colocar el foco en asuntos emocionales y problemas psicológicos que ya estaban ahí pero que la pandemia “destapó”. Siempre hemos apostado por la lectura comedida de aconteceres y de ahí hemos podido intuir, a falta de conclusiones representativas que solo el tiempo ofrece, que los padeceres son los mismos. No hay más trastornos de la alimentación puesto que estos se gestan muy lentamente dentro de una familia, la pandemia los destapó. No hay más depresión, ansiedad, alcoholismo. La enfermedad mental “se cuece a fuego lento”. Toda enfermedad mental tiene detrás una larga historia imposible de atribuir a un hecho particular o una fecha determinada.

El ser humano es más complejo de lo que quizás pudiese parecer.

Hoy vivimos una época de acceso a recursos mejor que nunca, aún con sus carencias obvias. La salud mental no es peor que lo fue ayer. Los problemas emocionales no son muy diferentes de unas épocas a otras, cambian sus nombres según los manuales establecen categorías cambiantes (nuestro DSM), cambia la expresión del síntoma y cambian las conductas. Puesto que estas se aprenden, se imitan y se copian, sea esta la autolesión, la anorexia, o la ideación suicida.

Si los jóvenes hoy tienen peor salud mental lo es en la medida que los problemas identitarios que tienen lugar con la llegada de la adolescencia no son contenidos desde formas más seguras en relación con el entorno familiar que a la par sea contenido por un entorno social. De nuevo y como siempre insistimos que los más jóvenes y adolescentes carecen de la seguridad y contención que una familia y una sociedad han de ofrecer. Y de nuevo insistimos en concluir que no solo se trata de aumentar el número de intervenciones psicológicas que saturarían cualquier sistema sino de que como familias y sociedad tengamos la serenidad de pararnos a reflexionar sobre qué sociedad queremos construir. La política no nos lo pone fácil. Hoy solo por el hecho del sentir, uno puede ser aquello que desea. De nuevo la contención se desvanece entre asuntos del orden de lo identitario.

Pero además hoy sabemos que son los hombres mayoritariamente entre la franja de edad 45-60 años quienes llevan a cabo la conducta suicida. No solo en España cuyos datos conocemos sino que es una tendencia general en Europa y América siguiendo estadística de la APA.

También sabemos que las diferencias por género se acentúan con la edad, aumentando el riesgo suicida el sexo masculino.

Quizás sea el hecho de ser la primera causa de mortalidad entre adolescentes lo que haya hecho que el suicidio haya ocupado muchos titulares de prensa. Sobre la infancia y la adolescencia pesa una mayor sensibilidad de todos nosotros, pero las estadísticas no parecen ir de la mano a nuestras sensaciones subjetivas.

Son muchas las variables que pesan sobre el fenómeno de la conducta suicida. Pero como psicólogos nos centraremos sobre la variable que más conocemos: la psicológica.

La etapa comprendida entre los 45 y 60 años es la etapa de mayor riesgo aumentando la probabilidad por el hecho de ser hombre. Factores sociales, culturales, viudedad, soledad, peor salud física son factores a tener en cuenta sin duda sobre los que como sociedad debemos actuar. Quizás no debamos acudir más a la farmacoterapia o a la psicología en busca de soluciones para asuntos sociales de los que todos somos responsables.

“Zapatero a tus zapatos” reza el refrán.

Sobre los asuntos sociales cabe la pregunta de si como sociedad podemos hacer algo más por quien tenemos al lado.

Como padres: si estamos dedicando el esfuerzo y tiempo necesario como para construir vínculos de apego, relaciones contenedoras de los afectos  y límites claros o dejamos en manos de “los otros” la educación emocional de los nuestros.

Desde la Psiquiatría quizás deban seguir atendiéndose como siempre se ha hecho el malestar con fármacos que hoy en día tienen una precisión al síntoma como nunca antes en la historia de la psicofarmacología. Y ello porque la depresión es una variable de peso en la conducta suicida. Esto lo sabemos sin duda alguna.

Pero además es la psicología la que debe centrar sus esfuerzos en la variable de la cuál debe responsabilizarse. No podemos quedarnos en dar voz a fenómeno multicausal que representa el suicidio, puesto que dicho análisis es más que obvio. Nuestra tarea es ser capaz de identificar aquellas personas que no están deprimidas y ello porque es un grave error pensar que todas las personas que se suicidan tienen depresión. El suicidio se ha de entender con y sin depresión.  Muchas personas, jóvenes o mayores se suicidan sin una depresión clínica. Y esa la población que se nos escapa del radar, a la que no llegamos a tiempo.

En primer lugar porque ha de tomarse en cuanta la ideación suicida caracterológica. Aquel malestar que por no ser claramente depresivo pasa desapercibido no solo al entorno sino al propio individuo. Le pasa y pasa desapercibido. Y en este punto es donde el hombre suele “salir perdiendo”.

Sabemos que el suicidio llamado caracterológico, debido a nuestra forma de ser y de relacionarnos con el mundo ocurre sobremanera en determinadas personas con un personalidad determinada. Y las “formas de ser” en el hombre y en la mujer no son las mismas.

El suicidio que cursa sin depresión ocurre en personas con características más histriónicas, depresivas y con trastorno límite que correlacionan más con el sexo femenino y personalidades narcisistas o antisociales que correlacionan con el sexo masculino, dentro de la población clínica. Ante tales estructuras de personalidad, la mujer es quien busca ayuda mayoritariamente mientras que el hombre no acude a tratamiento psicológicos con tanta “facilidad” debido incluso a motivos que atentan contra su “dignidad”. “Ir al psicólogo es cosa de mujeres”. Y sí, lo es, pero lo es puesto que son ellas quienes sufren el síntoma frente a ellos que lo internalizan.

Las mujeres manifiestas patología “hipocontroladora”, caracterizada mayoritariamente por la expresión de la emoción, tendencia a la “huída” manisfestada con angustia y miedo, también la “lucha” expresada como mayor tendencia a la rabia o la “agresión”.

El hombre tiende a caracterizarse por patología mental mayoritariamente hipercontroladora, apegos más evitativos, tendencia al aislamiento, disociación mayor de las emociones y tendencia a controlar el entorno en lugar de prestar atención a las emociones. Se trata de personalidades más obsesivas y narcisistas.

No solo la mujer es quien solicita ayuda psicológica en mayor porcentaje sino que además es quien presenta la depresión mayor como manifestación psicopatológica.  De una muestra de 1500 pacientes que forman la muestra de población clínica analizada dentro de la Clínica Persum, un 15,5% de la población femenina presenta depresión mayor, frente a un 6,7 % de población masculina. Sin embargo son ellas quienes presentan la patología dependiente 88%  frente a un 12% de hombres. Un 84% de mujeres depresivas frente a un 16% de hombres, un 78% de mujeres histriónicas, frente a un 22 % de hombres. Un 85% de tlp entre la población femenina frente a un 35% masculino.

Sin embargo un 83,3 % de la población clínica masculina es narcisista frente a un 16,7% de mujeres.

Son los hombres los que muestran mayor riesgo suicida. Es la franja de edad entre 45 y 60 años donde existe mayor riesgo. Los factores sociales, culturales, políticos e incluso religiosos pueden explicar una parte del fenómeno. Pero desde la psicopatología la variable personalidad tiene un peso incuestionable, quizás el foco deba ponerse en ser capaces a llegar a la población más escondida, la que no pide ayuda, la que no se deja ver, la que esconde su emoción y la que no desea ser ayudado. La que no “cree en los psicólogos”, la que cuando acude como profesional duda de los motivos que le llevan a terapia porque no se deja ver y responsabiliza a los demás de sus circunstancias.

Pero además, no cualquier terapia es eficaz, ha de ser capaz a detectar a aquel hombre escondido detrás de muchas capaz que solo lo más formados pueden ir deshaciendo.

Busquen si alguien en su entorno puede ser este perfil y préstele oídos. No escuchará a la primera, tenga capacidad de frustración y oriente hacia una psicoterapia con capacidad de desmontar corazas con formación para conseguirlo. Busque una terapia especializada, no todos los psicólogos tienen la misma formación.

 

 

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