Las rabietas son típicas hasta los 6 o 7 años puesto que el niño no ha aprendido aún a regular sus propias emociones, el niño es muy inestable y sensible ante todo lo que le rodea.
A los 7 años ya se exalta menos ante los acontecimientos puesto que su capacidad para “controlar” sus emociones es mayor y sabe utilizar estrategias como la distracción.
Imaginemos un hombre adulto ilusionado con sus vacaciones de verano, una vez en el aeropuerto encuentra su vuelo cancelado. Cualquiera de nosotros sentiría numerosas emociones como rabia, tristeza, desilusión. Tras el impacto del momento, empezaríamos a aplicar distintas estrategias que nos facilitarían regular nuestras emociones, por ejemplo: pensaríamos “bueno, esto es un verdadero fastidio, perderé algún día de vacaciones pero al menos iré”, “no es justo quedarme sin lo previsto pero me podré adaptar”, “qué le vamos a hacer”, “voy a salir un poco de la terminal para relajarme”, “llamará a mi amigo para contarle lo que me pasó”. Nuestro enfado se mantendría pero se habrá reducido en intensidad.
Ahora imaginemos que no disponemos de ninguna estrategia para regular todas las emociones que nos produce la cancelación del vuelo. Lloraríamos desesperadamente, gritaríamos, nos pelearíamos. Nuestras emociones estarían muy alteradas. Tendríamos una rabieta.
Cuando un niño tiene una rabieta simplemente no sabe regular la intensidad de sus emociones. Cuando tiene una rabieta no está sabiendo cómo controlar su estado emocional y son los adultos quienes han de poder enseñarle.
Es importante enseñar al niño a regularse emocionalmente con una adecuada participación del adulto. La intensidad de determinadas emociones y su posterior regulación depende de los procesos de intercambios afectivos dentro de la familia.
Cada situación es muy diferente a otra y cada niño diferente a otro, por eso cada caso es especial, pero en líneas generales estas son algunas medidas:
Cuando los padres ofrecen estrategias a sus hijos para que puedan hacer frente a sus emociones y controlarlas, los niños terminarán regulándose emocionalmente por sí mismos de forma adecuada.
Ser afectuoso con los hijos no significa mantener un estilo educativo permisivo, ni por el contrario un estilo educativo autoritario, sino un estilo llamado democrático donde se mantiene la firmeza los límites pero estos son razonados con sus hijos. Establecen normas que mantienen ambos padres de forma coherente. Se mantienen unas normas familiares firmes y se les enseña disciplina. Las técnicas que utilizan estos padres a la hora de hacer valer su disciplina están basadas en el razonamiento y la explicación de la conducta indeseable infantil.
Teniendo en cuenta que los niños imitan lo que hacen los adultos y sobremanera sus padres, los adultos pueden propiciar en el niño las acciones que quieran que estos aprendan. Por ejemplo, simular situaciones en las que el adulto promueva una respuesta emocional como un enfado y su hijo le observe como se calma y vuelve a su estado normal. Todo ello con ejemplos que el niño pueda entender y a su nivel.
Si somos capaces de propiciar espacios para hablar entre padres e hijos, donde estos se sientan atendidos y escuchados independientemente de que consigan lo que desean o no sea así, el niño se sentirá escuchado y atendido. En definitiva SE SENTIRÁ QUERIDO. El niño sabrá que haga lo que haga sus padres le quieren y le escuchan. De esta forma veremos como las rabietas desaparecen para dar lugar a una expresión abierta y sincera de las emociones entre padres e hijos.
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