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Estados mentales por los que pasa una persona con Trastorno Paranoide de la Personalidad

Publicado el 16/08/2023
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Por RP@Persum , última actualización el 29/08/2023
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Persona con Trastorno Paranoide de la Personalidad

El paciente con Trastorno Paranoide de la Personalidad vive entre transiciones de los siguientes estados mentales. Algo transversal a todos ellos es la sensación de exclusión intencional por parte de los demás y una gran dificultad para adoptar otras perspectivas, lo cual pone en guardia al paranoide de diferentes formas.

Estado de suspicacia

Esta condición es la más común en los pacientes paranoides, donde se retroalimentan mecanismos de amenaza y activación fisiológica de forma recíproca. A diferencia del paciente típicamente ansioso, el paranoide no cuestiona sus percepciones ni se deja tranquilizar por otros, ya que considera que está siendo engañado. La única forma de tranquilizarse en este estado es viendo confirmadas sus sospechas de daño y exclusión, lo que a su vez reforzará la desconfianza futura.

Estado de ira

Nuevamente la amenaza está presente, pero esta vez acompañada de rabia, sensación de injusticia, etc. No se trata ya tanto de una pose hipervigilante generalizada, como de una preparación para el ataque inminente. El paciente ya no tolera los abusos a los que se siente sometido, filtra casi toda conducta como ofensiva y dirigida hacia él, y puede responder de forma violenta. La rabia es más fácil de sentir que la ambigüedad o la sensación de humillación, y desconfiar de los demás permite escindir los sentimientos de inseguridad propia.

Estado de astenia

La sensación de amenaza persiste, aunque en este caso la persona paranoide ya no se siente con fuerzas para afrontar el peligro. Los tintes que la complementan son de tristeza, miedo y baja autoeficacia. Hay un riesgo mayor de conductas suicidas en este estado. También es posible que el paciente pueda conectar con su propia tendencia al autodesprecio bajo este estado, lo cual sirve para explicar la función de la proyección en el estado anterior (“no es que yo tenga una mala imagen de mí, son los demás los que me quieren humillar”).

Ciclo suspicaz irritante

En este ciclo, el paciente busca la interacción con los otros de forma activa, provocando reacciones que permitan verificar sus hipótesis de amenaza y persecución. El interlocutor se siente atacado e irritado, por lo que termina tomando distancia o respondiendo a dichos ataques, y el paranoide confirma así sus sospechas de que no puede confiar ni acercarse a nadie. El precio a largo plazo es la ampliación de la brecha entre él y el grupo, que inevitablemente derivará en depresión.

Ciclo interpersonal agresivo

Partiendo de un sentimiento de no pertenencia y de una certeza de ser objeto de posibles daños, burlas y engaños que hasta cierto punto puede ser real, no reconocen hasta qué punto han contribuido ellos mismos a la situación. Cuestionar su propia perspectiva conlleva un gran riesgo, es más seguro agredir y alejar al otro que exponerse a sus agresiones Así, la actitud general será de agresividad y anticipación de daño.

El interlocutor se dará cuenta de que cualquier cosa que diga será utilizada en su contra, mientras que, si se aleja a causa del temor que le suscita el paranoide, el estado de aislamiento y las sospechas de que hay algo que se oculta al paciente aumentarán (los pacientes con déficits de descentramiento tienden a generar en los demás la sensación de ser constantemente mal interpretados). En este caso, el problema es que el déficit de descentramiento únicamente se puede corregir a través de la interacción; de lo contrario, la anticipación constante de amenaza solo va a cristalizar más.

Ciclo interpersonal de abatimiento

Este ciclo es a menudo consecuente al anterior, y a pesar de ser menos sintomático, conlleva un mayor peligro para el paciente. Cuando vivir constantemente a la defensiva supone un peaje demasiado grande, aparece la sensación de haber sido derrotado, de no poder hacer ya nada al respecto. El paciente se siente abatido y desconsolado, ya no hay ninguna motivación para interactuar con un mundo que ha sido (y sigue siendo) injusto y sádico con él.

Este aislamiento, como decíamos, sólo contribuye a aumentar el déficit de descentramiento. Cada vez se percibe con más claridad que los intentos de acercamiento de los demás están motivados por malas intenciones. La única esperanza en este caso radica en conservar alguna antigua relación familiar o de amistad, o en todo caso en construir una con su terapeuta.

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