La personalidad depresiva es un Trastorno de la Personalidad diferenciado de la depresión. La depresión o la distimia son síntomas que en ocasiones son ocasionados por una forma de pensar, sentir y percibir conocida como personalidad depresiva.
Los síntomas depresivos como la tristeza o el estado de ánimo bajo, o el humor depresivo y la irritabilidad propia del trastorno distímico, son síntomas comunes entre la población cuyo origen se encuentra en una personalidad depresiva.
La personalidad depresiva es un forma de pensar, sentir y darle sentido al mundo que por sus características puede cristalizar en una depresión.
Con todo, será la personalidad depresiva la que ocasiona la depresión o la distimia.
Tabla de contenidos
Las personas que manifiestan una personalidad depresiva se sienten tristes y culpables y su estado emocional es consecuencia de características intensas y duraderas.
Poseen un alto estado de abatimiento y tristeza; se consideran inútiles e inadecuadas; se culpabilizan constantemente cuando las cosas van mal.
Tienen una visión muy negativa del futuro, creyendo que su vida nunca mejorará y se sienten impotentes para cambiarlo, ya que se quedan anclados en el pasado. Resaltan los aspectos negativos, obviando las cosas positivas.
El pesimismo generalizado también les caracteriza, imaginando siempre lo peor de las cosas. Esto hace que siempre se encuentren preocupadas.
Los criterios diagnósticos descritos en el DSM-IV marcaba las siguientes diferencias entre el trastorno de ánimo habitual y el trastorno depresivo de la personalidad:
Desde una perspectiva biológica, es probable que los factores genéticos desempeñen un papel importante en el desarrollo y mantenimiento de la personalidad depresiva.
Teniendo en cuenta la perspectiva psicodinámica, la personalidad depresiva se relaciona con un empobrecimiento del ego que conduce a la melancolía.
Se perciben así mismo como inútiles, incapaces de conseguir ningún logro, merecedores de castigo y rechazo.
Siguiendo a Bowlby, el vínculo juega un papel fundamental en el desarrollo de las personalidades depresivas.
Si el niño no experimenta signos inequívocos de aceptación y cariño durante la infancia se pueden formar sentimientos de desapego emocional, inseguridad y aislamiento.
Estos niños carecen de experiencias de afecto y proximidad con sus progenitores, que suelen ser distantes e indiferentes.
Los niños se tienden a rendir ante la búsqueda del apoyo emocional paterno, aprenden a hacer pocas demandas a su entorno y desarrollan sentimientos de indefensión y desesperanza.
Por otro lado, las teorías cognitivas consideran que los depresivos son pesimistas en todos los ámbitos de sus vidas. Beck proponen la indefensión y la desesperanza como la base de la personalidad depresiva.
Finalmente, en el modelo evolutivo (Millon,1990; Millon y Davis, 1996), la personalidad depresiva se conoce como el patrón pasivo con dificultades para el placer. Desde este nuevo modelo las características que definen la personalidad depresiva son las siguientes:
Para algunos autores la personalidad depresiva sería una variante caracterológica de la depresión.
Se postula que el pesimismo y una disposición temperamental a estados afectivos negativos pueden crear una vulnerabilidad a la depresión como trastorno del estado de ánimo.
Otros autores afirman que la personalidad depresiva es el reflejo de la influencia de una depresión de base tan duradera y generalizada que sus síntomas se han cristalizado como rasgos y características.
Acerca de la personalidad depresiva y la distimia se han llevado a cabo distintos estudios para esclarecer el solapamiento que muy frecuentemente existe entre ambas.
Estudios de campo de los trastornos de ánimo (M. Keller et al.1996) concluyen que muchos diagnósticos distímicos de pacientes no cumplen los criterios de una personalidad depresiva.
En conclusión, la personalidad depresiva tiene la capacidad de cristalizar en una depresión o en un estado distímico. Pero la distimia o la depresión pueden llegar a padecerse no solo por las evidentes causas externas, sino que exixten otras estructuras de personalidad con capacidad para ocasionar tales síntomas.
A saber:
El depresivo comparte rasgos con otros patrones de personalidad. La personalidad esquizoide y evitadora parecen socialmente aisladas e incapaces de experimentar placer en la vida.
Por otro lado, los esquizoides son incapaces de experimentar cualquier emoción significativa y parecen asilados porque carecen de los sentimientos afectivos necesarios para el vínculo social.
Los depresivos se sienten muy angustiados, pero entienden el concepto de felicidad,
mientras que el esquizoide no pueden. Y aunque los depresivos se aparten de la vida social , sí son capaces de relacionarse.
Los evitadores y los depresivos presentan sentimientos de vergüenza, fijada en sus fracasos, a veces se encierran en sí mismos y se aíslan del mundo.
Sin embargo, los evitadores desean relacionarse, aunque adoptan la perspectiva de los demás. En cambio, los depresivos se rinden y aceptan su desdichado como inevitable e irreversible.
Carecen de la energía suficiente para las interacciones sociales o porque desean estar a solas con su desdicha.
El depresivo, además comparte rasgos con las personalidades masoquista, negativista y límite.
El depresivo y el masoquista comparten un descontento manifiesto. La diferencia entre ambos está en el aislamiento social y la desesperanza.
El depresivo y el negativista comparten su pesimismo, sus sentimientos de desgracia personal y la sensación de ser incomprendidos y minusvalorados.
La diferencia entre ambas personalidades puede estar en que a nivel social los pacientes con personalidad negativista sienten un oposicionismo ante la demandas del otro y renuncian a hacer las cosas que los demás esperan de ellos o quieren que hagan.
También se caracterizan por presentar una impulsividad “caprichosa” y un estado de ánimo excesivamente irritable, no presente en esta medida en las personalidades depresivas.
Por otro lado, tanto el depresivo como el límite tienen sentimientos de desesperanza y de tristeza, inestabilidad emocional, tendencia al llanto y a presentar sesgos cognitivos. En ambos pueden aparecer pensamientos y conductas autodestructivas, y suele existir en mayor o menor medida cierta sensación de vacío.
Los pacientes con trastorno de personalidad límite, pueden cambiar sus emociones de forma repentina del amor al odio. En cambio, la tristeza del depresivo es estable y pasiva.
Formando parte del tratamiento de la personalidad depresiva es importante la combinación de la terapia cognitivo conductual para tratar los síntomas y terapias de tercera generación como la ACT (Terapia de aceptación y Compromiso), pero además debemos trabajar mediante la TBM (Terapia Basada en la Mentalización) como una forma de terapia trasversal a todo el tratamiento.
La terapia cognitivo conductual utiliza diferentes técnicas cognitivas para el cambio de contenido del pensamiento del paciente y técnicas orientadas a modificar el comportamiento.
En el alivio de los síntomas de la personalidad depresiva, la terapia cognitivo conductual ha mostrado resultados contundentes.
Desde esta orientación, se hicieron diferentes estudios en los que se concluye que la activación conductual es el factor fundamental en el tratamiento de la depresión desde un enfoque cognitivo-conductual.
La idea de depresión de la que parte la activación conductual es que la persona ha dejado de recibir refuerzos de su entorno y es esa falta de refuerzos lo que le produce la depresión.
Por ello,” la activación conductual consiste en un proceso terapéutico que propone al paciente realizar conductas observables que probablemente le llevarán a un entorno que le refuerce, y de esta forma, produzca las mejoras correspondientes en pensamientos, estado de ánimo y sobre todo en calidad de vida”.
Por otro lado, desde terapias de tercera generación, la Terapia de Aceptación y Compromiso (ACT), ha abierto una nueva luz a la activación conductual.
La Terapia de aceptación y compromiso ACT considera que la activación del paciente no puede producirse con cualquier acción que le suponga un refuerzo, sino que han de activarse para conseguir sus valores, que son acciones que son reforzantes por sí mismas.
Acompañando a los enfoques anteriores resulta de gran importancia abordar la personalidad utilizando la TBM (Terapia Basada en la Mentalización).
La mentalización es el proceso por el cual damos sentido a los demás y a nosotros mismos, implícita y explícitamente, en términos de estados subjetivos y procesos mentales.
Es un fenómeno profundamente social: como seres humanos, generalmente (y de forma automática) formamos creencias sobre los estados mentales de aquellos con quienes interactuamos, y nuestros propios estados mentales se ven fuertemente influenciados por estas creencias.
La mentalización tiene especial relevancia en el contexto de las relaciones de apego.
La pérdida temporal de la capacidad de mentalización es una parte integral del funcionamiento normal, pero la capacidad para continuar mentalizando aún bajo circunstancias estresantes, y para recuperarse relativamente rápido de esta pérdida de capacidad, son el sello de una mentalización sólida.
Esta sólida mentalización está, a su vez, fuertemente relacionada con el apego seguro.
El tratamiento desde la Terapia Basada en la Mentalización en pacientes que presentan trastorno depresivo de personalidad permitirá alcanzar los objetivos siguientes: